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El acordeonista de Hamelín

Artículo del escritor Ángel Gil Cheza para la revista del 10º aniversario de Nomepierdoniuna.
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Mi padre trabajó desde los seis años hasta los 72, cuando murió. Y en todo ese tiempo sólo faltó al trabajo un día. Aquella jornada en cuestión se levantó, como siempre, cogió un lúgubre almuerzo de posguerra y salió hacia la obra. Pero se cruzó en su camino con alguien que le cambiaría la vida. Se trataba de un acordeonista invidente. Estaba tocando en la calle. Mi padre, que más tarde sería músico autodidacta de esa misma guisa, lo siguió embobado durante todo el día. Hipnotizado. Hamelinizado, si se me permite, como aquellos niños y aquellos ratones. Incluso fue tras él en la Panderola hasta Castelló desde Vila-real, y allí continuó siendo la sombra efímera de aquel músico, su escudero en la distancia, su feligrés. Embriagado de su melodía, convertido el resto en silencio marchito y seco donde no crecería ni una mala hierba. Más allá, nada. Más allá del más leve pulso de la tecla más muda, nada. Cómo iba mi padre a poder alejarse de allí. Del centro magnético mundial de la armonía.

Hoy en día, la escena hubiese sido similar, pero hubiesen estado el acordeonista, mi padre, y posiblemente Manolo Bosch. Y aquel hombre, su acordeón y su reino en clave de fa, sol y nubes hubiesen tenido un lugar en Nomepierdoniuna. Y es que Nomepierdoniuna no se ha perdido ni una en diez años.

Recuerdo el día que David Hernández me dijo que emprendía un proyecto que resumido en dos frases entre motores de bus, en medio de la calle Mayor de Castelló, no llegué a entender muy bien. Creo que incluso le deseé suerte en lo más profundo, sonaba a trayecto arriesgado, lleno de curvas y despeñaderos.

A mí los despeñaderos nunca se me dieron bien. No miento si digo que gané el premio Capla de dibujo infantil en algún momento de los incipientes ochenta. Desde entonces no recuerdo haber ganado gran cosa. Tampoco he aspirado a mucho, un premio Nadal antes de saber que los reyes son los padres, y poco más. Pero si hay algo que me compensa el esfuerzo, los años de guerrilla, de fracasos cosidos con hilo de pescar sardina, de lunes malos, de sábados malos, de domingos trabajando… Si hay algo que te pone las pilas, que te hace sentir que alguien reconoce ese trabajo que realizas tan silencioso como un beso entre bastidores… Si hay algo, es verte en las páginas de una publicación con tanto crédito como se puede ganar en un mísero par de lustros a fuerza de trabajar día y noche, o noche y noche, o día y día, o lo que sea, como ha conseguido Nomepierdoniuna.

Si alguien ha hecho en Castelló durante este tiempo algo que valga la pena ver, escuchar, leer o cosas peores, sabes que lo vas a encontrar en Nomepierdoniuna. Lo que sea que quepa en la cabeza de un hombre o una mujer, sorprendidos por la tormenta, para luego salir convertido en música, fotografía, literatura, teatro… Lo que sea que mejore la vida del ser humano por simple exposición tiene unas líneas, una foto y un aplauso cerrado en Nomepierdoniuna. Y al final, informar con eficacia y honestidad sobre la cultura es cohesionarla, es auparla, es apuntalarla… Y la labor del informador se torna indispensable. Porque cada vez que uno se ve en sus páginas es como un premio, como un premio de los que molan, de los que mola enseñar.

Ángel Gil Cheza es autor de los libros El hombre que arreglaba las bicicletas, La lluvia es una canción sin letra Pez en la hierba.

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