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El FIB 2022 se espera al último día para reencontrarse/nos (a pesar del caos)

Kasabian y Nathy Peluso se llevan la corona de un FIB que, sin grandes expectativas, terminó cumpliendo por los pelos. Buscando brillo en trocitos del cartel (Zahara, Ed Maverick, The Hunna, Carolina Durante) y entendiendo que la clave de esta 26ª edición -la primera bajo The Music Republic- para reunir a 180.000 personas no era repetir la fórmula ¿incansable? y efectiva de grupos como Two Door Cinema Club, LOL o Lori Meyers a precios populares, sino que todo esto también iba de reencontrarnos. Incluso por encima de las lamentables e incómodas infraestructuras.
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El FIB 2022 se hizo el dominguero, entre otros, con Nathy Peluso. Foto: Carme Ripollès (ACF).

Decir que el FIB no es lo que era es tan obvio como que sus asistentes tampoco lo son. Ni la escena musical. Ni el mundo en general. Después de dos años de obligado parón por la pandemia y de que el festival cambiara de dueños con mucha marca, números rojos y reputación renqueante, era una entelequia pensar que la cita, por pionera y legendaria que fuera, pudiera regresar como si nada de eso hubiera ocurrido, con un cartel como aquellos que lo convertían en el epicentro mismo del verano musical hace varios lustros. El cartel de 2022 -lo dijimos y lo repetimos- estaba a una distancia sideral de aquel de los años dorados pero, en honor a la verdad, en 2019 ya estaba apuntando maneras. The Music Republic (también promotora del Arenal Sound de Burriana o del Festival de Les Arts de València) siempre se ha caracterizado por saber cuadrar perfectamente las tablas Excel. ¿Cómo? Sin miramientos: lanzar abonos a precios asequibles para meter a tropecientasmil personas en un recinto (en esta ocasión 180.000 sumando los 4 días, según la organización) y hacer que, una vez dentro, gastemos sin parar. ¿Y la música?, que guste a una amplia mayoría; las apuestas de riesgo o vanguardia, pues ya si eso.

Después de dos años pasando la mano por la pared, sin poder siquiera actualizar la hoja de cálculo, la promotora valenciana ha logrado su objetivo: “Los fibers han podido disfrutar del buen tiempo, la playa y la música de nuevo”, conforme reza el primer párrafo de la nota de prensa oficial de balance. “Sea, Sun, Sound”, sintetizado en sus camisetas oficiales. Por ese orden. Un comunicado que no llevaba la información más esperada: el precio de salida de los abonos de la edición de 2023, que se celebrará del 13 al 16 de julio, que sí colgaba ya de su web y redes sociales: 39,99€. ¿Quién da más por menos?

Lo que sigue siendo igual en el FIB. Lo que no ha cambiado. Lo que hiere y hasta repugna después de 25 años de festivales (y no solo el FIB; desde 2010 también otro “grande” del verano, el Rototom Sunsplash, o desde 2017 el SanSan, además de los surgidos los veranos de la pandemia, como el Mar de Sons) es la vergonzosa situación de los accesos y del recinto de conciertos. Benicàssim se colapsó de jueves a domingo durante las horas de máxima afluencia de público, que tuvo que sortear atascos, colas, masticar polvo sin un palmo de sombra en el trayecto y llenarse de paciencia hasta llegar delante del concierto que quería disfrutar. Para, muchas veces, pillarlo empezado por culpa de ese desaguisado. Como si nunca hubiera habido un festival en Benicàssim. Como si sus responsables públicos nunca se hubieran llenado la boca una y mil veces con el “turismo de festivales”. Como si el acondicionamiento del recinto que ha puesto a Benicàssim en el mapa a nivel internacional fuera algo imposible de abordar a lo largo de vein-ti-cin-co años. Habría que pensarlo, planificarlo, invertir y hacerlo. Está claro que es pedir demasiado. Mejor maltratar a decenas de miles de personas para que se vuelvan a casa con un sabor agridulce tras sufrir unas infraestructuras con un incomprensible y desesperante aire de provisionalidad e improvisación.

La gran asignatura pendiente de Benicàssim, el acondicionamiento del recinto y los accesos. Foto: Carme Ripollès (ACF).

Porque la mayoría del personal, no cabe duda, se lo pasó en grande. Al final, era “volver a volver”, como se podía leer en los tótems de la entrada al festival (¿guiño a La M.O.DA.?). Diego Ibáñez, cantante de Carolina Durante, lo explicaba muy bien en su concierto: la importancia del vínculo que es capaz de generar un festival. Porque todo va más allá de la música en directo, también es el reencuentro, el roce, saltar, bailar, explotar… Encontrar la complicidad con banda sonora de fondo. También empezar a recuperar cosas en un FIB en el que, por cierto -y pese a su insistencia en colarnos cientos de mensajes y lemas en inglés-, aumenta el público nacional con un 75% frente al 60% de 2019.

Como bien argumenta siempre Enrique Ballester, “lo mejor en la vida es crear las menos expectativas posibles”. Y justo ese fue el secreto de que el FIB 2022, al final, con todo, pese a un cartel requetesabido, unas infraestructuras caóticas y birra a 6€ (aguachirri una de las dos que ofrecían), nos pareciera que hasta tuviera un pase; y para los lugareños, una suerte que esté cerca de casa. Aunque esa sensación no llegó hasta la jornada del domingo, con algunos de los conciertos más sorprendentes a plena luz del día (Ed Maverick y Tom Walker), cuando Nathy Peluso nos metió en su tórrido y enérgico videoclip y cuando Kasabian arrasó con todo para recordarnos, por momentos, aquel poder primigenio y emancipador del FIB. Por los pelos, casi a regañadientes para nostálgicos y cascarrabias, pero ocurrió.

Kasabian, que ya habían estado en otros FIBs y que también encabezaron el cartel del domingo en 2017, el de Red Hot Chili Peppers, soltaron un concierto redondo (cómo para no serlo si arrancas con “Club foot”). Eso sí, ahora lo hacen con Serge Pizzorno como nuevo frontman, y es que el hasta entonces guitarra se ha convertido en la voz y líder de la banda tras la salida de Tom Meigham (condenador por agredir a su pareja). Tal vez por eso la realización de las pantallas estaba centrada solo en él. Pero, por si quedaban dudas, siguen siendo Kasabian.

Serge Pizzorno, al frente de Kasabian. Foto: Carme Ripollès (ACF).

Poco antes, ese mismo escenario, lo había puesto del revés Nathy Peluso. Lo del domingo fue un breve destello de ese FIB al que nos estábamos acostumbrando, el que seguía apostando por la línea que ha marcado siempre al festival (Kasabian) pero que era capaz de arriesgar y abrirse a otros géneros y propuestas (Nathy Peluso). Porque lo de Nathy Peluso, pese a los tediosos problemas con el sonido, fue alucinante. Hasta el “Vivir así es morir de amor” de Camilo Sesto le queda bien. Entre el rap y la música latina, con la banda redondeando cada canción y unas coreografías casi imposibles. Todo medido hasta el último detalle; incluso la realización de las pantallas, que convertía el concierto en uno de sus videoclips (para quedarse loco con la “Music Sessions” con Bizarrap).

Nathy Peluso reinando en el escenario principal. Foto: Carme Ripollès (ACF).

El domingo hubo más. El último día, casi en la cuenta atrás, pero parecía que entre marcas, pegatinas en la cara, purpurina y un sospechoso olor a meado en ciertas zonas (seguimos sin entender cómo puede ser que en el último día del festival nadie fuera capaz de acabar con el improvisado baño que se había creado entre contenedores en uno de los laterales del escenario principal y entrada y salida al foso), estábamos encontrando el FIB. Una de las razones fue a primera hora de la tarde con Ed Maverick haciendo que el calor fuese menos pesado. El mexicano (despedido como una auténtica estrella del rock por el público mientras se subía en el coche) dejaba un concierto impecable. Tono relajado e intenso y sonoridad muy cuidada (pese a los momentos en los que el South Beach Club se colaba con sus dj’s; uno de los problemas de sonorización que ha tenido el festival este año). De parada obligatoria también Tom Walker, que rugía un “Leave a light on” en el escenario principal mientras Circa Waves levantaba los pogos en uno de los secundarios.

Y cuando parecía que no, los pogos volvían al FIB. Foto: Carme Ripollès (ACF).

Hablando de olores, lo de Tyga olía a rancio. Pese a tener un repertorio potente, la puesta en escena no tenía ningún sentido. Los intentos de azotes a sus bailarinas y actitud de baboso sin venir mucho a cuento, subir al escenario a un grupo de -solo- tías del público para que bailasen (“no tengáis vergüenza”, decía), puesta en escena solo basada en las siluetas oscuras sobre fondo de luces rojas de sus bailarinas o estar escoltado continuamente por su guardaespaldas (que acaba teniendo más protagonismo que él en la realización de las pantallas)... No

También hubo muchos momentos de déjà vu. La pirotecnia de Steve Aoki ya la hemos visto antes. Y que el público a las cinco de la mañana quiera que le estampen una tarta (esperamos que hubiesen pagado el bono ducha), no quiere decir que no empiece a empachar. El contrapunto ese día lo puso Example, por aquello de por lo menos no estar viendo el mismo set que hace casi una década. También Justice, que vistió el cierre del sábado con una sesión mucho más cuidada y pensada para el fiber; con una acertadísima puesta en escena y un set divertido en el que llevaron al público cómodamente entre estilos.

Dorian con sus infalibles -y poco más- (“Tormenta de arena”, “A cualquier otra parte”), también es algo que hemos visto antes. O incluso Two Door Cinema Club, encabezando el cartel del viernes, que te dejaba esa sensación de que, aunque pudieses estar durante años bailando “What you know”… Eso ya había estado ahí. Que igual más que seguir aquello de renovarse o morir, es mucho más seguro (por lo de la tabla Excel) apostar por aquello que sabes que va a funcionar. Sin riesgo. Como ver el mismo concierto de siempre de Love of Lesbian, pero -sin ninguna duda- igual de efectivo y excelentemente producido. U otro tanto con La Habitación Roja, haciendo recuento de sus pases por el FIB con un intenso aroma a nostalgia. Pero quien busca, encuentra, e igual que no sabes muy bien dónde meterte con el pop fácil y sin apenas luces de Becky Hill; también te acabas atrapando con dos propuestas tan opuestas como destacables: The Lathums y The Hunna.

Nos quedamos con las ganas de ver en condiciones a Guitarricadelafuente. No fue por falta de público a pleno sol en el escenario principal el viernes (que, por cierto, parece ser que al público de este 26º FIB sí le gusta ir a los conciertos de la tarde, ya que ha sido más que notable el aumento de público en estas primeras franjas),no sabemos si tal vez el FIB no es el ecosistema perfecto para su música o fueron los problemas de sonido, pero no cuajó.

Guitarricadelafuente abrazando al público con su música, sin que importase el calor o los problema de sonido. Foto: Carme Ripollès (ACF).

Para destacar también el Zahara vs. Carolina Durante (compartiendo horario de forma incomprensible). El combate mejor lo dejamos en tablas, porque ambos firmaron dos de los conciertos más destacables del festival. Zahara, animal. Cambiando totalmente de registro, con un Puta que en directo funciona sin complicaciones y dejando el cierre de su concierto en todo lo alto. Con lemas de “La Puta Rave” en las pantallas (con créditos incluidos al final de la realización, a modo película, algo que también hizo Izal, como si quisieran dar visibilidad al trabajo y equipo que tienen detrás producciones de nivel).

La puta rave de Zahara. Foto: Carme Ripollès (ACF).

Por su parte, los madrileños acababan el concierto con el público gritándoles “escenario principal” (y un Diego Ibáñez, entre confesión y broma, que se lo habían ofrecido, pero a primera hora de la tarde; ¿por la caída del cartel de Mando Diao a úlltima hora?). Lo de Carolina Durante y el FIB es una historia de amor verdadero; la propia banda confesaba tener un vínculo muy especial con el festival (y solo hay que encontrárselos entre los conciertos para comprobarlo). De aquí estalló su “Cayetano”. Con actitud dejada, pero con un gran salto desde la última vez que los vimos en Benicàssim. Como que ahora se lo creen. Por si había dudas: Diego sigue manteniendo sus movimientos imposibles.

¿Será el siguiente concierto de Carolina Durante en el escenario principal? Foto: Carme Ripollès (ACF).

Y es que en los escenarios secundarios pasaban cosas y el público respondía. Nos quedamos también con Delaporte, Cariño, Ginebras y La M.O.D.A. Y nos quedamos sin entender absolutamente nada en Izal, con el público coreando de forma apasionada sus hits de indie marca blanca. Tampoco comprendimos que Viva Suecia actuara entre las 3:00 y las 4:30 de la madrugada, justo antes del tradicional vals de despedida, que la organización ha tenido a bien conservar. Pero es que la música en directo, y sobre todo los festivales, no van de entender ni comprender. Sino de conectar y vibrar. Y, sin haberlo previsto y contra todo pronóstico, con un cartel modesto, corto y sobado, acabamos pasándolo muy bien. Reencontrándonos. Y quizás -esperemos- reencontrándose el festival consigo mismo, aunque por dentro ya no quede nadie de quienes lo pusieron en pie.

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