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Un viaje introspectivo con Matt Elliott y Sacromonte en el estreno de 'Encontres Musicals' en el Menador

El Menador Espai Cultural se estrena como escenario del ciclo 'Encontres Musicals' con el británico Matt Elliott y el castellonense Sacromonte. Dos voces y dos guitarras que se hicieron infinitas durante las últimas horas de la tarde el jueves 27 de abril. Varias horas llenas de bucles, efectos y música atmosférica en un concierto hipnótico con un público que acompañó a los artistas por su propio viaje emocional.
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Matt Elliott en la sala de conciertos del Menador Espai Cultural. Foto: Amparo Más.

La sala de conciertos del Menador Espai Cultural se quedó casi sin luces muy pocos minutos después de las 19:30. Casi, porque entre la oscuridad y el reflejo de la luz de la sala de actos contigua, unos focos azules iluminaban un escenario que se convirtió en altar. El concierto, dentro del ciclo Encontres Musicals -que hasta ahora se celebraba en la Llotja del Cànem- organizado por Born! y el Servei d’Activitats Socioculturals de la UJI, contó con el proyecto experimental del castellonese Alberto Lucendo, bajo el pseudónimo Sacromonte, y la hipnótica música del inglés Matt Elliott. Un músico de Castellón y otro invitado, dos voces para una misma lengua, que consiguieron crear una atmósfera única en la sala del nuevo espacio cultural.

El miércoles, ambos artistas ya compartieron escenario en la Sala Clamores de Madrid. Pero el contexto, aquí, fue diferente. Las características de la sala convirtieron el encuentro en algo íntimo y cercano. Los artistas tocaron solos, el de Castellón primero y el de Bristol después, enfrentándose a todo un espacio vacío arriba del escenario que pareció desaparecer al empezar las actuaciones. Delante, algo más de medio centenar de personas. Entre el público podía verse gente de diferentes edades, incluso había quien llevó a sus hijos. Pero todos con algo en común: respeto y silencio, dejándose llevar por las hechizantes melodías de los músicos. El movimiento de entradas y salidas, sin embargo, no cesó durante las dos horas de actuación, y el suelo de la sala no dejaba de lamentar cada pisada con un ruido constante y molesto que se hizo presente durante las silenciosas transiciones. Pero al finalizar la actuación, invadió la sensación de haber acompañado a los músicos en su viaje. Uno introspectivo y extraño, pero lleno de emociones.

Alberto Lucendo, Sacromonte. Foto: Amparo Más.

Sacromonte jugaba en casa. Empezó frotando las cuerdas de su guitarra con un arco, y no dejó de jugar con su mesa de edición. Músico y técnico de sonido a partes iguales, Lucendo utilizó las técnicas de grabación como un instrumento más, persiguiendo ese sonido que quería alcanzar, sabiendo, parecía, perfectamente cuál era. Mezclas entre música y varias atmósferas, entrelazadas con el agudo y alargado timbre de voz del cantante, parecían interpretar algún tipo de obra extrasensorial. Tanto que el concierto se dirigía más a las emociones que a los oídos de los espectadores. Las imágenes de fondo, totalmente atmosféricas, no hacían sino ayudar a alejar al público de la sala en la que estaban sentados y viajar por el camino que nos proponía Lucendo a través de sus propios mapas.

Su música parecía basarse en la intuición sin método, puramente emocional. Paisajes mentales que se convertían en enjambres de capas de diferentes efectos y sonidos. “Es música experimental”, se escuchaba por las líneas del fondo. De algo no hay duda, el nuevo proyecto del joven castellonense, Rime, rompe con el hilo musical popero y rockero de antaño, sin bases rítmicas y jugando en el imaginario del público.

Cuando Matt Elliott sube al escenario el resto del mundo desaparece. “The right to cry” fue la canción elegida para abrir una intervención en la que regaló esa extraña fluidez tan suya, bailando entra la suavidad más grave y la potencia más aguda. Temas largos, cíclicos, rítmicos e hipnóticos, empezando cada uno con la sencillez del matrimonio guitarra y voz, que poco tardaba en transformarse en su propio entramado de capas y voces. Un mismo artista, un escenario, una guitarra, una flauta y sus ya clásicos pedales, que parecían un grupo de varias voces, dos guitarras y algún instrumento de viento. Elliott jugó con su propias tonalidades de voz, dejando que su estrato más grave resonara en el silencio del punteo de guitarra, y danzando entre armonías de distinto grado en las partes más potentes con estallidos de fuerza que parecían incontrolables.

Matt Elliott. Foto: Amparo Más.

El de Bristol se bastó con una silla en un lateral para llenar no solo el escenario, sino toda la sala. No parecía ver nada más que sus pedales para los bucles de guitarra y poder doblar las voces. Lo que sí que era incuestionable era la existencia de una especie de barrera simbólica, de separación de mundos, entre Elliott y el resto del universo, cuando éste se hundía en sí mismo. Una barrera solo derrumbada entre canción y canción, momentos en los que aprovechaba hablar con el público y afinar una y otra vez una guitarra exhausta tras los envites de furia propios de los momentos más álgidos de sus temas, sobre todo tras “Zugzwang”. Pero la barrera era interpretativa, no sensorial, puesto que pareció alcanzar de lleno a todo el público con su martilleo cíclico, sin dejar descansar la guitarra. Era tan difícil no vibrar con Elliott como que él no lo hiciera consigo mismo, sobretodo en los tramos de punteo de guitarra, durante los cuales él parecía disfrutar y estremecerse más que un público que ya lo estaba haciendo.

Antes de terminar con una versión del tema “Bang Bang (my baby shot me down)”, Elliott invitó a Sacromonte a subir al escenario. Podría haber sido un desastre, avisaba el inglés. Pero el resultado convenció. La guitarra de Elliott parecía danzar y saltar entre las escurridizas superficies que los efectos sonoras de la mesa de mezclas de Sacromonte ofrecía. Un conjunto de improvisaciones que volvía a apelar más a las sensaciones que a los oídos y con el que se llegaba al final de un viaje en el que el público entró en esa otra realidad donde se escondían los miedos y emociones de ambos músicos. Esa otra realidad tan suya y, ahora, un poquito más de todos.

Sacromonte y Elliott actuaron juntos en los instantes finales de la sesión de Encontres Musicals. Foto: Amparo Más.

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