Joan Fontcuberta ve como nadie la realidad. Y el pasado viernes vino a la UJI a explicarnos precisamente eso, su mirada, su filosofía. No vino a hablarnos de su libro; vino a hablarnos de nuestras vidas. De por qué elegimos retratar un momento a vivirlo. De por qué vivimos tan sobresaturados de imágenes que la imagen, en sí misma, empieza a carecer de sentido propio.
Porque las imágenes empiezan a ser una excusa para la comunicación (y ahí está el uso que hacemos de las imágenes en las redes sociales) más que un hecho en sí mismo. Importa más el selfie, el “yo estuve allí”, que el haber estado allí. Porque nos gusta más aparentar que ser. Que los demás perciban que estamos vivos a vivir.
De todo ello y mucho más versó la charla del genio barcelonés en Castellón, titulada “La condición post-fotográfica”, repleta de autores y recursos didácticos que atrapan en el devenir de sus reflexiones.
El terrible poder de la imagen
A Fontcuberta le aterró la fotografía más que la paternidad. Tras un parto complicado, su hija llegó prematuramente al mundo sin que sus padres pudieran verla. Fontcuberta le dio su cámara a una enfermera y corrió a casa a revelar la foto. Esa imagen sirvió de bálsamo para todos, sobre todo, para una madre que no había visto aún a su hija. “Pero... ¿y si la enfermera se ha equivocado?” “Si no la hemos visto aún, ¿cómo podemos saber que ese bebé es realmente nuestra hija?”.
Sí, la imagen tiene un poder enorme gracias a la credibilidad absoluta que nosotros le damos. Y sí, eso tiene algo de aterrador.
Tal vez por ello se dedicó a evidenciar la mala praxis de los medios de comunicación, que gozaban (y sorprendentemente siguen gozando) de una credibilidad que, en general, no merecen. Con el Proyecto Sputnik se inventó una conspiración rusa para ocultar un fracaso en la carrera espacial de la URSS. Un propio autorretrato suyo, vestido de cosmonauta, aparecía en la exposición. Esta verdad inventada aún era recogida como real casi diez años después en un famoso programa televisivo de (presuntos) misterios sin resolver.
Ahora parece abandonar la dialéctica credibilidad/verdad y centrarse en el impacto de la imagen digital, sin costes, cada vez más fácil de usar y, por tanto, expandido a nivel exponencial. Estamos generando imágenes por encima de nuestras posibilidades y es por ello que el fotógrafo empieza a sobresalir no ya como mero ejecutor, sino como impulsor de proyectos e ideas, como selector de imágenes. El procesamiento racional por encima de la técnica del click. “La fotografía ya no es memoria, sino acto”, dice Fontcuberta.
En el mundo hay ya casi más dispositivos para capturar imágenes (móviles, cámaras...) que personas. Antes en los conciertos había mecheros; ahora, cada espectador enciende su móvil. A este paso, los músicos se bajarán del escenario y seremos capaces de retratar la nada. Todos estaremos ahí, apuntando y disparando. A la nada.
Este texto está pensado y escrito por mí. Estas fotos están ejecutadas, elegidas y tratadas por mí... pero, ¿son mías? ¿Alguien las leerá y las verá en este mundo plagado de imágenes y textos, en el que en un solo día se publica mucho más de lo que yo sería capaz de ver en toda mi vida? ¿Hay autor sin receptor? Sólo sé que mientras Fontcuberta hablaba, en el público nadie hacía fotos con el móvil. La gente le miraba. Y le escuchaba. Y, por un momento, la nada quedó lejos.
>Puedes ver más fotografías de Galcerán de Born en Luzazul.