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Rototom Sunsplash o lo que a Dorian le hubiese gustado llamar Woodstock

Del Rototom Sunsplash y su 25 aniversario (16-22 agosto, Benicàssim) a uno de los festivales de música y arte más representativos por la paz, el amor y la reivindicación. ¿Podría tener algo en común la filosofía reggae y el festival de Woodstock?
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Ecstatic Dance en Pachamama. Foto: Nacho Canos (© Rototom Sunsplash 2018).

Cuando la banda Dorian desplegó su show en el último Arenal Sound de Burriana introdujo entre canción y canción el breve discurso que acostumbra a llevar a este tipo de citas musicales. Comparaban el festival con el viejo sueño y paisaje idealizado de la gran utopía que conserva el imaginario colectivo de uno de los eventos de música y culturales más importantes de la historia de la humanidad,el festival de Woodstock. En efecto, las comparaciones son odiosas, y me gustaría haber atravesado por un segundo con una flecha escáner de rayos X las miles de mentes que aplaudieron eufóricas el atrevido manifiesto. Porque, ¿dónde está la parte reivindicativa, imprescindible para asentir una afirmación así, en un festival como el de Burriana? Y no solo del Arenal, sino de muchos de los festivales que copan las agendas culturales de nuestro país durante la temporada estival.

El 16 de agosto aterricé en el 25 aniversario del Rototom Sunsplash como una alienígena. Y es que explícale a una persona que “aunque le gusten Los Planetas, como a todos los puretas” va a visitar a una horda de gente extasiada bailando el Ecstatic Dance en la estructura Pachamama (una modalidad de baile libre estático en la que, al parecer, está prohibido hablarse entre sí) o va a tener que disfrutar de una sesión de electrónica dub de espaldas al dj, alabando las hipnóticas frecuencias de graves que descargan unas estructuras de altavoces inmensas a las que los más devotos son capaces, incluso, de abrazarse. Uno de ellos un día me explicaba que no solo era necesario escuchar, sino que había que sentir la música. Aunque siempre he sido una persona muy literal confieso que a día de hoy no he acabado de captarlo. Así que, en una de las jornadas, mientras sorteaba a gente plácidamente dormida sobre un suelo que, a juzgar por sus caras, parecía la superficie más placentera de la Tierra (algo así como una de las últimas escenas de El Perfume pero ahorrándonos la orgía), me embriagó ese aroma a incienso y especias que invade algunos rincones del Rototom y que, sin pretenderlo, te teletransporta a ese paraíso del amor y el no sentirse oprimido del que tanto hablaba Filippo Giunta, director del festival, en su última entrevista.

Emeterians en un acústico para público infantil en MagicoMundo. Foto: Nacho Canos (© Rototom Sunsplash 2018).

Es, precisamente, esa sensación de libertad la que plaga la música reggae y la filosofía que la envuelve. No podía imaginar que en ese marco de gente descalza que baila con los ojos cerrados, la cara pintada y el pelo repleto de rastas tuviera tal nivel de toxicidad, pero de la buena. Altamente contagiosa. Y es que la música también exige ese recibimiento, alejado de lo frenético: desde el reposo, tan opuesto a lo que estamos acostumbrados a vivir. En uno de los shows de mayor impacto para mí, las improvisaciones llegaban a alcanzar hasta los quince minutos. Se trataba de uno de los conciertos exclusivos para este aniversario, el de Ben Harper junto a The Innocent Criminals, curiosamente también uno de los iconos menos representativos del reggae. Sin caérsele el sombrero fue capaz de plasmar esa metáfora tan real a través de su guitarra, con la que fue imposible no sentir en la piel esa ilusión de pausa y necesario paréntesis. Es otra de las diferencias más circunstanciales respecto al resto de festivales que solemos visitar, estos en los que los artistas son esclavos de un setlist tan marcado e inamovible que no tienen tiempo ni de interactuar un poco con el público que ha ido a verle.

Ben Harper en el Main Stage. Foto: Dominique Pozzo (© Rototom Sunsplash 2018).

En plena consonancia con el planeta que nos acoge, las personas que la habitan y el tiempo presente, es inevitable que aparezca la toma de conciencia de aspectos tan mínimos como que el festival no se convierta en un océano de inmundicia como sí pasa en otros eventos de este tipo. Aspectos que, además, se han traducido en programación activista en cada uno de los puntos del festival destinados a abordar temáticas tan urgentes como las consecuencias del consumo del plástico o la problemática de los refugiados.

Makady y Angela Nzambi en African Village hablando sobre 'El feminismo desde una perspectiva de mujeres negras'. Foto: Luca Valenta (© Rototom Sunsplash 2018).

Así, más allá del cartel musical, la reivindicación, sin lugar a dudas, es una de los pilares fundamentales sobre los que se asienta esta sede del reggae en Benicàssim y, de hecho, es fascinante el nivel de empatía con la que se acogen estas charlas informales en las que los oyentes se sienten como en casa. Sin ningún orden, se respira cercanía y libertad en todas sus manifestaciones. Libertad para llorar a lágrima viva, incluso, si el discurso lo merece porque la gente se siente identificada con lo que escucha y reconfortada por las personas que le rodean. A fin de cuentas, quién no quiere pertenecer, salvando las distancias, a ese Woodstock soñado.

Público Rototom en la Reggae University. Foto: Luca d'Agostino (© Rototom Sunsplash 2018).

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