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"En los refugios había un silencio y un miedo sepulcral”

Carmen Portolés era una niña cuando cae la primera bomba de la Guerra Civil en Castelló (marzo 1937). Ahora, con 89 años, no puede bajar a ver cómo ha quedado el Refugio Antiaéreo de Tetuán, pero se lo mostramos a través de las fotos de Carme Ripollès y Ángel Sánchez. Nos cuenta cómo vivió esos años, la pérdida de su padre y la valentía de su madre y cómo es vivir con el ruido y el miedo de los bombardeos metido en el cuerpo.
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Desde Castelló antes se veía el mar. Pero ya no, porque los edificios lo tapan. El 23 de marzo de 1937 era uno de esos días en los que aún se podía ver. También a las 20.00, cuando se registró el primer bombardeo en Castelló y que costó la vida de 19 personas, 34 heridos y 16 edificios civiles dañados. La Guerra Civil había llegado: “Esto era un sitio tranquilo, la gente hacía su vida normal. Pero un día… Escuchamos un ruido inmenso. Mi padre le preguntó a un vecino qué pasaba, y éste le dijo: “Vicent, és la guerra!”. Esa palabra la tengo metida en el corazón”. Carmen Portolés vivía en la calle Miguel Juan Pascual y tenía 7 años cuando cayó la primera bomba en Castelló. Cuando se veía el mar. Ahora tiene 89 y una memoria envidiable.

Carmen está sentada en el salón de su casa, le acompaña su marido, Ramón García. Sobre la mesa, las fotografías del Refugio Antiaéreo de la plaza Tetuán de Ángel Sánchez y Carme Ripollès: “Esto es un lujo al lado de lo que era un refugio”, bromea. Es la primera vez que ven cómo ha quedado el refugio tras su rehabilitación, ya que, al necesitar andador, no pueden visitarlo ellos mismos. Carmen se sienta en uno de los sillones. Mientras, su marido, la observa desde la mesa que hay junto a la ventana. Cuántas veces habrá escuchado a su mujer contar cómo vivió esos años de guerra, pero su mirada delata esa fascinación que solo puede despertar escuchar a alguien a quien amas. Ella también le mira de reojo a veces. Están coqueteando con 90 años.

Carmen Portolés junto a su marido, Ramón García. Foto: Ángel Sánchez (ACF).

Carmen sonríe, no deja de hacerlo. Su mirada es clara y reconfortante; en realidad, como ella. Nos invita a volver a aquellos días en los que desde Castelló se podía ver el mar. Aquel 27 de marzo de 1937, cuando cayó la primera bomba, que fue por barco, Carmen estaba en casa con su madre y su hermano pequeño. Su padre salió corriendo a buscar a su hermano mayor, que iba al turno de noche del Ribalta. Esperaron en casa: “Se escuchó un silbido… Un ruido horroroso. En ese momento mi padre entraba en casa”. El obús había caído en un almacén de guano que había junto a su casa, pero se quedó atascado y no llegó a explotar: “Eso fue lo que me salvó”.

Con los primeros bombardeos, Castelló se quedó completamente a oscuras y los padres de Carmen decidieron ir a Borriol, de donde eran. Subieron por el Parque Ribalta y el paseo Morella. Carmen iba de la mano de su madre, viendo cómo la gente se escondía por los bancales que encontraban por el camino y las alquerías del interior, que se convirtieron en improvisados refugios para la gente. Pero ellos siguieron caminando. Entre el ruido de las bombas y de la gente asustada de un lado a otro, escucharon un carro que bajaba a toda velocidad. Era su abuelo. “Xiqueta, estàs tremolant”, le dijo. La abrazó y ella le preguntó si ya había terminado la guerra, pero solo acababa de empezar.

Como pasó un tiempo hasta que llegaron los bombardeos por avión, volvieron a Castelló. También llegó la falta de comida y las largas colas, el racionamiento de alimentos y la época del estraperlo: “La gente se espabiló”. Pero pronto también llegaron los aviones: “Ahí empezó el castigo”. Carmen recuerda perfectamente el ruido de La Pava, sobrenombre que se le puso a los aviones de reconocimiento: “Cuando oías a ese avión te tenías que preparar porque los bombardeos venían detrás, y ya sabías lo que te tocaba… al refugio”, recuerda. Se pasa la mano por el brazo, como si el simple hecho de recordar el sonido de esos aviones le pudiese, aún hoy en día, poner la carne de gallina. “Un día hubo tres bombardeos en una noche. Mi madre, que era modista, me hizo un vestido abierto para que me vistiera más rápido mientras ella se encargaba de mi hermano pequeño”, nos explica, “¿te puedes creer que al tercer bombardeo le dije: “No me levanto más. Si me tengo que morir, me matarán aquí”? Fue un bombardeo tremendo. Horrible”.

Carmen durante la entrevista. Foto: Ángel Sánchez (ACF).

Carmen era una niña que estaba viviendo una guerra tan cruda como la Guerra Civil española. Una niña que tuvo que acostumbrase a ir a clase con un boniato, a tener vestidos abiertos, a llevar un palo de higuera colgando del cuello con cordel que le había hecho su abuelo para ponérselo en la boca y que los bombardeos no les reventase los oídos y a saber que antes del bombardeo llega La Pava y que, incluso antes, la propia alerta natural de los perros ladrando. También a estar lo más cerca posible de casa y que si la sirena suena (o las campanadas, en el caso de los pueblos), da igual dónde estés, hay que ir directa al refugio, o que tiene que ver cómo Andrés, el joven que llevaba cartas y medicamentos al frente y que hizo migas con su abuelo, durmió durante tres días y tres noches escondido en un refugio entre las faldas de las mujeres. Era una niña que recuerda cómo una bomba mató a una amiga suya cuando cayó en la plaza en la que solían jugar, cuando vio como la madre de su amiga tuvo que esperar sentada durante tres días junto al cadáver de su hija hasta que pasaran los frentes para poder velarla y cuando entendió que “eso es la guerra”. Carmen fue una niña que aún no ha aprendido a vivir con el miedo y los ruidos: “Con la edad que tengo, no puedo oír un ruido fuerte. Estoy espantada por la guerra, y no lo podré remediar en mi vida”.

“En los refugios hay un silencio y un miedo sepulcral”, recuerda Carmen mientras sigue mirando una de las fotografías del Refugio Antiaéreo, “la gente tenía tanto miedo que allí no hablaba nadie. Todo el mundo estaba agachado, y los niños cogían a sus padres y madres”. Una sirena alertaba a la gente de que tenían que meterse en los refugios, que en su mayoría eran de barro y tierra compactada, tampoco había luz: “Cuando venía un bombardeo, tenías que apretar a correr porque los refugios se llenaban en seguida”. Según nos cuenta Carmen, los niños y niñas solían sentarse en el suelo, la gente mayor en los bancos improvisados de tierra y el resto permanecía de pie. En silencio. Inmóviles.

El Refugio de Tetuán permanece abierto al público. Foto: Ángel Sánchez (ACF).

El Refugio Antiaéreo de Tetuán es uno de los principales de la ciudad. Uno de los 44 refugios que hay registrados oficialmente. Ramón interrumpe a su mujer para contarnos que “Castelló era un verdadero queso gruyer” de la cantidad de excavaciones que había: “La ciudad se defendió con refugios”; razón por la que en muchas de las fotografías de la ciudad en esos años se pueden ver montones de tierra.

El de la plaza Tetuán actualmente permanece abierto al público y nos da la oportunidad de conocer cómo eran estos espacios y cómo era el Castelló de aquellos años. Además, el Museu de la Ciutat de Castelló (MUCC)* ha habilitado visitas libres, ya que el refugio dispone de paneles expositivos, material audiovisual y audioguías que te pueden acompañar durante el recorrido, y visitas guiadas, todas ellas con entrada libre. Se ha convertido en un espacio para que no perdamos la memoria y, de paso, no abrir las mismas heridas, saber mirárnoslas y entender que el tiempo, muchas veces, no lo cura todo; solo cambia la forma con la que vivimos ese dolor. Y, si no, que se lo pregunten a Carmen. También en el escenario de la Fira de Teatre Breu La Ravalera, del festival de artes escénicas Tercera Setmana y de las historias de la Guerra Civil a las que da vida la narradora oral Tània Muñoz en Abans es veia la mar (próximos pases: 5 septiembre y 15 octubre), proyecto que inspiró nuestro encuentro con Carmen Portolés y su historia.

La narradora Tània Muñoz en el Refugio Antiaéreo de Tetuán. Foto: Carme Ripollès (ACF).

La vida de Carmen sin la Guerra Civil

No es la primera vez que Carmen comparte sus recuerdos sobre cómo vivió el estallido de la Guerra Civil en Castelló. Agradece que se esté recuperando la historia de lugares como el Refugio Antiaéreo de Tetuán. Dice que su vida después de la guerra no ha sido mala, pero se queda con la mirada perdida si le preguntas si alguna vez se había imaginado su vida sin la Guerra Civil. Sí lo ha hecho. Sobre todo porque la guerra le arrebató a su padre.

Nunca ha contado esta historia, tal vez por eso hace una pausa y me mira: “¿Quieres que te la cuente?”. Se recoloca en el sillón en el que está sentada y, como lleva ocurriendo desde que ha empezado a hablar, nos trasladamos con ella a ese momento. Su padre tenía 39 años y tenía una empresa pequeña que se dedicaba a la instalación de agua. Vicente llegaba de trabajar en el Desert de les Palmes, iba en bicicleta cuando se encontró con uno de sus vecinos de Borriol. Éste, que también se dirigía a casa, al pasar por La Farola se había topado con uno de los camiones en los que llevaban a los presos: “Dile a mi hermano Vicente que van a matarme al río”, le espetó uno de ellos desde el camión.

Al tío de Carmen lo fusilaron en el río. “¿Tú sabes lo que es ver a un animal herido? Tiró la bicicleta y se tiró él. Lloraba y chillaba, se revolvía… Cuando pudo hablar, le dijo a su mujer: “Carmen, en este momento están matando a mi (hermano) Julián en el río”. La madre de Carmen metió a Vicente en la cama con sus hijos y se fue directa al cementerio. Por el camino, podía escuchar las descargas. Carmen se vuelve a frotar los brazos, tiene la piel de gallina. Esto lo sabe porque se lo contó su madre, porque ella estuvo todo ese tiempo abrazada a su padre y sus hermanos: “Mi madre siempre contaba que lo que más le llamó la atención es lo afeitados y limpios que estaban. Que se habían puesto su mejor ropa… para que les fusilasen”. “Son zanjas, y los ponen cabeza con pies. Como sardinas”, explica Carmen, “a algunos les ponían caja”. Por eso su madre fue directa al cementerio, a pedir una caja de pino para su cuñado. Siete pesetas.

“Aquello, a mi padre lo mató”, sentencia. Tras la muerte de su hermano, el padre de Carmen cayó enfermo. Llamaron a su médico, Sixto, pero no mejoraba; cuando no era la fiebre, era otra cosa. Tampoco tenían antibióticos, por lo que su padre empeoraba cada día más. Murió a los dos meses. “No han matado a un cuñado, han matado a dos hermanos”, dijo ese día el doctor.

Ramón saca un álbum de fotos. Están perfectamente colocadas. Cada una de ellas está acompañada de una leyenda que permite ubicarlas en tiempo y lugar. Carmen nos quiere enseñar una de esas fotografías. En ella, aparece junto a su madre y hermanos vestidos de riguroso negro: “¡Qué mujer!”, espeta Carmen cuando recuerda a su madre, con una mirada llena de admiración y orgullo: “Mi casa era la más feliz del mundo y esa mujer una valiente”. Su madre, cuando ellos iban a clase, se iba al cementerio: “Lloraba hasta que se hartaba, pero cuando volvía a casa, mi casa era una casa tranquila. Siempre decía que nunca amargaría a sus hijos. La verdadera heroína de mi casa fue mi madre”. Y aquí, la luz de la mirada de Carmen estalla.

A la izquierda, debajo de los retratos, la fotografía de Carmen con sus hermanos y su madre. Foto: Ángel Sánchez (ACF).

Carmen es una mujer que tiene en un álbum una fotografía con sus hermanos y su madre vestidos de negro porque la pena y la guerra mataron a su padre. También tienen varias fotos repartidas por el salón, como el retrato de su boda. La fotografía la firma, en ese entonces, Antonio Sánchez (probablemente, todos hemos pasado alguna vez por su estudio ubicado en la calle Colón). Él, en realidad, se llamaba Ramón Sánchez, pero compartía documentación con su hermano, Antonio; había llegado a Castelló huyendo y se encontró con Dorin Doménech. Años después, es su hijo, Ángel Sánchez, quien inmortaliza a Carmen y Ramón, y esto, además de ser una casualidad también es una historia.

Carmen también es una mujer que nos ayuda a que no perdamos la memoria: “Lo único que deseo es que no tengáis que pasar por ese trance, porque marca a las personas… Y mira la edad que tengo. Se me podría haber pasado el miedo, ¿verdad? Sigo sin poder oír un ruido fuerte”. Ramón asiente, como si estuviese ya acostumbrado a que por el simple hecho de escuchar un portazo en casa o un golpe en la calle, su mujer se sobresaltase. Carmen tiene 89 años y, después de una Guerra Civil, no puede escuchar un ruido. Sigue sin poder ver la televisión si salen guerras en las noticias. También sigue sin poder entender porque se están poniendo muros a aquellas personas que huyen de esos conflictos. Porque ella sabe que tenía a sus abuelos y su familia y que Castelló era una ciudad con recursos, pero que en otras zonas del país no corrían la misma suerte. Como por ejemplo en Madrid, de donde venía una niña refugiada, como otras muchas y muchos, que estuvo viviendo con ella y su madre un tiempo: “Los adultos saben asimilar lo que está pasando, pero el miedo que pasa un niño no se cura. Te haces mayor y tienes la guerra ahí”.

¿Sabías que una de las cosas que encontraron en el refugio fueron zapatillas y zapatos?. Escena que recrea en 'Abans es veia la mar' Tània Muñoz. Foto: Carme Ripollès (ACF).

Entonces, una tableta de chocolate costaba un duro y “herencia más buena que aquel duro, no tendremos jamás”, le decía su primo. Cuando acabó la Guerra Civil, Carmen recuerda estar junto a sus primos viendo pasar por la calle a los tanques y camiones. De pronto, un hombre colocó un puesto de venta con varias cosas, y entre ellas, chocolate. Carmen se aceró a su abuelo, que les dio un duro de plata a cada primo para que se pudiesen comprar el chocolate. Se lo compraron y lo comieron ese día. La memoria es importante. Para que no caigamos otra vez, pero también para que recuperemos ese instante en el que sonreímos, pese a todo. “Esto es la vida. Por esto te digo que las guerras no vuelvan”, y qué razón tienes, Carmen.

Carmen Portolés mirando las fotografías del actual Refugio Antiaéreo de Tetuán. Foto: Ángel Sánchez (ACF).

Agradecimientos a las personas que trabajan en el MUCC, al Grup per la Recerca de la Memòria Històrica de Castelló, concretamente a Joan Miquel Palomar, y a ti, Carmen, por abrirnos las puertas de tu casa y por tu mirada.

*El MUCC tiene como objetivo recorrer la historia de Castelló y crear un discurso que ayude a entender nuestra historia, desde la Edad Antigua hasta la época contemporánea. Sus sedes son: Refugio Antiaéreo de Tetuán, Museo de Etnología, el Fadrí, Museo de la Mar y el Castell Vell; y los itinerarios: Castell Vell, Castelló republicano, Muralla medieval y ermitas de Castelló.

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