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Ausencias, Buenos Aires, Carlos Pascual, Castelló, Claudia Montero, Concierto para violín y orquesta de cuerdas, Conservatori Calasancio, Grammy Latino, Hsinchu Symphony Orchestra, Las Vegas, Lucía Zicos, Música, Orquestra Arts Musicals de Castelló, Orquestra Lírica de Castelló, Rincones de Buenos Aires, Taiwán, Teatre del Raval, Teatro Nacional Cervantes, Valencia*Texto de Carlos Pascual. Doctor en Educación Musical por la Universitat Jaume I, director del Conservatori Calasancio de Castelló y de l’Orquestra Lírica de Castelló. Fue alumno de Claudia Montero en el Conservatorio Superior de Música Salvador Seguí de Castelló, donde años después coincidieron como profesores. Produjo el disco Ausencias, que incluía "Concierto para violín y orquesta de cuerdas", que en 2014 le proporcionó a Claudia el Grammy Latino por la Mejor Composición Clásica Contemporánea; el primero de sus cuatro Grammy.
Tenemos la mala costumbre de creer que las personas son personas desde que lo empiezan a ser para nosotros. Y esto se acentúa cuando empiezan a ser para el mundo -y para nosotros- personalidades públicas con un cierto reconocimiento. Justo lo que con la compositora Claudia Montero ocurría en septiembre de 2014, momento en que la prensa y su consecuente sociedad la ponía bajo un tenue foco de expectación por haber sido nominada ni más ni menos que a un Latin Grammy. Para Castelló en particular comenzaba a ser persona en ese momento; una profesora del Conservatorio Superior desde hacía una década que lograba tal auspicio de impacto mundial. Y qué decir de cómo se intensificaron las luces tras convertirse dicha nominación en galardón, y no solo esa vez, sino en tres ocasiones más.
Para mí, un joven aspirante a músico, Claudia Montero empezó a ser persona en septiembre de 2006, momento en el que preguntó por mi edad y acto seguido exigió que le mostrase mi DNI al no creer que “con tal madurez contase solo con diecisiete años”. Fue durante la prueba de acceso al Conservatorio Superior de Castelló, momento tras el cual dejó de ser aquella argentina incrédula y se convirtió en mi profesora de composición durante los dos primeros años de carrera. Un bienio que superó lo lectivo y esbozó una amistad, embriagada por un aura discípulo-maestro más allá de las aulas.
Positiva por naturaleza y de sobrio vestir, trasmitía a sus alumnos la pasión por encima de la técnica, la belleza por lo artificioso. Por aquel entonces Claudia no gozaba de una gran trascendencia en lo artístico, pero su posición como profesora superior la predisponía para emprender su camino al triunfo. En 2008 le ofrecí diseñar y mantener gratuitamente su página web, elemento que en la época era indispensable para lograr redirigir la influencia mediática a falta de las venideras redes sociales. En agradecimiento me trajo un regalo a su vuelta de un viaje a Nueva York al que había acudido para cerrar uno de sus primeros encargos de importancia. Dicho presente era una edición de lujo de la partitura La consagración de la primavera de Igor Stravinsky, y con ella una recomendación: "No corras a estudiarla, porque una obra así puede llevarte toda una vida”.
Siempre atenta y disponible para sus alumnos, en 2010 me recomendó como joven promesa de la dirección, lo que se tradujo en una invitación para dirigir la Hsinchu Symphony Orchestra en Taiwán. Para mí fue el mayor regalo que alguien podía hacerme en aquel momento de mi incipiente carrera, al tiempo que seguía sin saber cómo podría yo devolverle todo aquello algún día. En su afán de tender puentes entre culturas pude dirigir allí un programa de repertorio sinfónico español, entre el cual se encontraba una obra suya encargo para la ocasión: Impressions from Shulin. Para preparar la edición de las partituras antes viajar a Taiwán fui a la que era por aquel entonces su casa en Valencia, un humilde estudio en la ruidosa avenida Peset Aleixandre. Allí, en una habitación con un piano electrónico y un ordenador portátil, componía los encargos internacionales que comenzaba a recibir, compaginándolo con una maternidad en solitario junto a los quehaceres del día a día.
Para el verano siguiente seguíamos colaborando estrechamente, y me desplacé a Londres como ingeniero de sonido para grabar su Cuarteto para Buenos Aires, con la intención de masterizarlo y editarlo a mi regreso. Con esta obra Claudia ganaría su segundo Latin Grammy, en 2016, pero no sería gracias a esta grabación, pues de aquellas sesiones británicas me volví a España con unas mezclas incompletas a causa de la falta resolutiva de los instrumentistas del cuarteto de cuerda en cuestión. Recuerdo que le envié una mezcla previa del material y me contestó “ya volveremos a intentarlo…”. Mientras tanto, programamos el estreno europeo de su poema sinfónico Rincones de Buenos Aires en el Teatre del Raval a cargo de la joven agrupación que dirigía por aquel entonces, la Orquestra Arts Musicals de Castelló. Era diciembre de 2011, y Claudia sonaba por primera vez en Castelló sin que ello tuviera trascendencia alguna.
En 2013 volvería a regalarme uno de los mejores momentos de mi carrera artística; ser invitado para dirigir en el Teatro Nacional Cervantes de Buenos Aires. Claudia volvía a sorprenderme con su infinita gratitud y confianza, y esta vez sin que hubiese contrapartida alguna hacia ella (a parte de lo anecdótico de hacer de correo llevando conmigo un par de maletas cargadas para sus familiares de allá). Yo lo tenía claro: Claudia era esa embajadora internacional en la sombra para aquellos artistas que bien mereciesen su favor y hacia los cuales solo tenía su altruismo. Fue en ese viaje en el que conocí a la directora Lucía Zicos, quien llevaría a cabo las sesiones de grabación de su primer trabajo discográfico, el que incluiría el Concierto para violín y orquesta de cuerdas, el primero de los nominados.
Claudia tenía por fin el objetivo Grammy en el punto de mira. Tras las Navidades de aquel año volvió de Buenos Aires con un disco duro que contenía las sesiones de grabación en bruto de sus obras para cuerdas. Yo no pude más que intentar devolverle algo de todo su favor al responder a su petición de ayuda como productor para la edición discográfica. Tras unos meses de trabajo el disco Ausencias salía de fábrica en la primavera de 2014, y de ahí directo a la primera nominación. Montero comenzaba a ser persona para mucha gente, pero para mí seguía siendo aquella maestra y amiga de infinita bondad. Me invitó a acompañarla a la gala de los Latin Grammy en Las Vegas. La habían nominado por la categoría de mejor composición clásica-contemporánea de una de las obras y no por el álbum completo, por lo que la figura del productor no tendría reconocimiento, pero aún así tuvo esa gentileza conmigo, una vez más.
A partir de ese momento todo es historia pública fácilmente trazable en artículos, entrevistas y reseñas de prensa. Ella solita lo había conseguido; sin dejar de repartir bondad había recibido todo lo necesario para lograr su meta. Pero no sería suficiente. “Esto no es nada, voy a volver a ganar”, me dijo cuando pude por fin hablar por teléfono con ella días después de ganar el primer Grammy. Y así fue. En 2016 y 2018 volvería a triunfar en esa misma categoría y además también en la de mejor álbum de música clásica.
Nuestra relación no volvió a ser la misma. La galardonada compositora había sido catapultada a unas esferas en las que yo quedaba lejos. Ya no volvería a estar en la producción de los nuevos trabajos que le reportarían los siguientes tres galardones. Pero no podía reprocharle nada, y menos después de todo lo que había hecho por mí. ¿Acaso yo no hubiera hecho lo mismo en su lugar? Por suerte todavía compartimos muchos cafés durante mi primer curso como profesor en el Conservatorio Superior de Castellón, en el que fuimos compañeros y conté una vez más con toda su ayuda veterana.
Desde entonces manteníamos el contacto, siempre había tiempo para alguna llamada y puesta al día. A pesar de ese nuevo estatus ella tenía disponibilidad para mí, como demostró con sus aportaciones a mi reciente tesis doctoral e incluso abriéndome las puertas de su casa (en la que pude ver y admirar los cuatro trofeos juntos, casualmente el día antes del encierro pandémico).
Claudia Montero era ya persona para todos los entes políticos y culturales de Castellón, Valencia y gran parte del mundo. Hablamos por última vez dos semanas antes de ese oscuro día. Día en el que entendí el dolor que esconde el título del disco que la llevó a los Grammy. Me contó sus proyectos inminentes y futuros, algunos de ellos en confidencia, los cuales no seré yo quien desvele.
La divina providencia quiso que lo último que te escribiera fuera “gracias por todo”, a lo que me respondiste con un emoticono de un corazón púrpura. Era tu color, el único que junto al negro y al blanco componen la portada de tu primer disco, de tu primer Grammy, de tu persona antes y después de ser persona, ahora eterna.