El panorama económico pintaba mal en la mayoría de las ponencias que se acercaban al cine español como industria, conforme vimos en el primer capítulo. Pero, el curso de verano ¿Un futuro para el cine español? organizado por la Universitat Jaume I también se propuso abordar la visión del espectador y la evolución artística que ha sufrido nuestra cinematografía en los últimos años. ¿Encontramos aquí un mensaje más esperanzador? Algunos ponentes como Paco Plaza o Marina Díaz ya habían advertido que nuestro cine vende, y mucho, fuera de España, por cuestiones de calidad. Pero veamos qué analizaron los expertos sobre estos temas, ahora que la semana que viene, del 26 al 30 de noviembre en Vila-real, se celebra la decimoquinta edición del Festival Internacional de Cortometrajes Cineculpable.
Vicente Sánchez-Biosca, profesor de Comunicación Audiovisual en la Universidad de Valencia y director de la revista Archivos de la Filmoteca, conectó pasado y presente de nuestro cine a través de las preferencias del público. En los años 60 convivían los nuevos cines y las nuevas autorías, perpetradas desde Madrid y Barcelona, junto con la vertiente más comercial, donde arrasaban las historias protagonizadas por Marisol, Rocío Durcal o Raphael. El imaginario cultural español está configurado inevitablemente, nos guste o no, por estas producciones. Resultado de esta herencia y con vocación de apelar a la nostalgia desde el humor negro o grotesco, la productora Amiguetes Entertainment, sello de Santiago Segura, pero que de forma más amplia abarca la mayoría de filmes de Álex de la Iglesia u Óscar Aibar, ha optado por revivir este imaginario del pasado. Se trata de un cine deliberadamente ignorante, que no aspira a hacer historia y que renuncia groseramente a ser objeto de estudio. Apela a chistes espontáneos, se basa en un star system y en los cameos de figuras televisivas “del pueblo”.
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Sánchez-Biosca sintetizó la línea seguida por el espíritu de Amiguetes Entertainment como una decisión de evocar el pasado confrontándolo con nuestro presente, desde la coartada de lo emocional. Muertos de risa (1999) o Balada triste de trompeta (2010), ambas de Álex de la Iglesia, funcionan como paradigmas de esa historia pasada por los medios de comunicación, con un objetivo claro de reconstruir un universo mediático a través de una iconografía televisiva y, por tanto, histórica, social e incluso estética. Un pasado que nos recuerda cuáles son las raíces de la sociedad española, y, lo más importante, que obvia cualquier recuerdo a la postmodernidad aireada por la movida madrileña, porque realmente no somos herederos de lo que pasó a finales de los 70 y principios de los 80, sino que seguimos siendo una sociedad anclada en unos valores que todavía no hemos sido capaces de superar. Los excelentes créditos iniciales de Balada triste de trompeta, donde se entremezclan una serie de imágenes de nuestra memoria histórica y televisiva, son buena prueba de ello.
Vicente J. Benet, uno de los directores del curso y profesor de la UJI, introdujo su nueva vía de investigación, “En torno al tremendismo”. Siguiendo un poco el camino expuesto por Sánchez-Biosca, Benet utilizó los ejemplos de Torrente 3: El protector (Santiago Segura, 2005) y Balada triste de trompeta, para trabajar como el cine español inscribe la historia en la ficción. Concretamente, la línea de análisis de Benet se centra en el uso tragicómico de lo grotesco, que deviene en un planteamiento excesivo en personajes y acciones, y situaciones “chuscas” para el espectador.
Para ello parte de tres situaciones. En primer lugar la representación del cuerpo como elemento inestable, cambiante y transformable. También, la irrupción de lo monstruoso, el horror… y el uso de la risa como protección del espectador. Además de añadirle a todo ello, una relación con algún hecho acaecido en la realidad. “Reciclar la realidad para ofrecer una parodia”.
La profesora de la UJI María José Gámez Fuentes se cuestionó “Pero, ¿Alice está o no está?: las mujeres y el cine español. Los datos hablaban por sí solos: en el siglo XXI, las mujeres cineastas ruedan tan solo el 10% de toda la producción española; en cuanto a categorías profesionales, a nivel artístico, técnico y directivo, representan el 15% de la totalidad; solo las mujeres superan con creces a los hombres en el sector especialista (maquillaje, peluquería, etc. ), con un 85%. Las consecuencias de estas cifras saltan a la vista. Como citó Gámez, todo ello se traduce en “una falta de visibilidad y las visiones estereotipadas de los personajes femeninos”. ¿Y por qué no hay mujeres en los puestos directivos, técnicos y ejecutores, que, en definitiva, es desde donde se construyen los discursos mediáticos? Teóricamente por una “falta de ambición y de capacidad de liderazgo del sexo femenino”, según encuestas y opiniones extraídas de profesionales del sector audiovisual y periodístico. La ponente añadió otras dificultades citadas por el sector, como “la autocensura, el techo de cemento o alto sentido de la responsabilidad y el equilibrio entre la vida personal y profesional”.
Obviamente, las mujeres delante de la cámara en cuanto a los roles interpretados, están influenciados por la experiencia masculina. Suelen ser “papeles ligados a la maternidad, la familia, vínculos en parejas heterosexuales (...) y en roles de víctima, atormentada, competidora, enamorada, etc.”, afirmó la conferenciante. Otro dato es la estereotipación de las profesiones, asociadas al cuidado (cocinera, enfermera) o a puestos tradicionalmente ocupados por mujeres (secretaria, prostituta).
Ante la incuestionable falta de equidad, Gámez destacó un hecho interesante y esperanzador, y es que la situación no impide que “a pesar de las dificultades, es notable la apuesta por proyectos de firma femenina por distanciarse de los patrones narrativos heredados para buscar un lenguaje propio”. Películas como El cielo gira (Mercedes Álvarez, 2004) o Elisa K (Judith Colell y Jordi Cadena, 2010) nos hablan de la memoria, de un pasado unido a la violencia, pero resuelto o tratado desde una subjetividad femenina.