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Las inmortales. El relieve de las letras de los nichos

En el Cementerio de San José de Castelló hay una tumba anónima que ya no lo es tanto. También las historias de otras 22 mujeres: políticas, sindicalistas, milicianas, represaliadas, maestras, farmacéuticas, abogadas, músicas, pintoras, conductoras... El MUCC recupera la memoria de figuras que se fueron como Cristina Alloza, Matilde Salvador o Beatriz Guttmann y nos invita a 'conocerlas' mientras recorremos el cementerio con 'Mujeres inmortales'.
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Itinerario 'Mujeres inmortales'_MUCC

En el nicho de Cristina Alloza Sanz solo hay una pequeña placa con su nombre y la fecha de su nacimiento (1922) y fallecimiento (2009). Murió a los 86 años un 20 de agosto. Hija del médico y poeta Maximià Alloza, uno de los firmantes de Les Normes de Castelló e impulsor de la modernización de las letras valencianas. Pero esta es la historia de ella, de Cristina. Importante escritora, pionera en la novela de misterio policiaca. Es importante recordar que cuando Cristina decidió ser escritora no era habitual ni visto como normal que una mujer pudiese formarse y dedicarse a una profesión liberal; muchas, incluso tenían que recurrir a pseudónimos o presentar sus trabajos firmados por sus parejas. Pero ella sí pudo ser escritora, y firmó novelas como La gran esmeralda o Más allá de las nubes, la cual estuvo a punto de llevarse al cine.

Cristina tiene una pequeña placa con su nombre, y aunque esto es lo que parece llamar la atención de la gente cuando pasa cerca de su nicho, lo importante es que Cristina forma parte de la lista de novelistas valencianas cuando parecía que las mujeres no podían serlo. También es una de las figuras femeninas que recupera el Museu de la Ciutat de Castelló (MUCC) a través de su itinerario Mujeres inmortales* por el Cementerio de San José con el propósito de recuperar la memoria de 23 mujeres; algunas más conocidas que otras, pero, todas ellas, con un papel importante para el feminismo y en el camino por la igualdad.

Una de las visitas mensuales organizadas por el MUCC, con la ilustración de Marta Negre de Palmira Pla en la portada de la guía en papel. Foto: Carme Ripollès (ACF).

Nos encontramos con más de estas inmortales relacionadas con la cultura. Uno de los nombres más conocidos, el de la compositora Matilde Salvador Segarra (1918-2007); todo un referente de la música que llegó, entre otros muchísimos reconocimientos, a ser nombrada Hija predilecta de la ciudad por el Ayuntamiento de Castelló. También la conocida cantaora malagueña Lola Cabello Moreno, quien, en una de sus giras, actuando en el Teatro Principal de Castelló, se empezó a encontrar mal a causa de una polioencefalitis aguda que le costó la vida; falleció en 1942 en el Hospital Provincial. La razón por la que fue enterrada en el cementerio de Castelló responde al alto precio que suponía por aquel entonces trasladar a los difuntos de un lugar a otro.

En el panteón número 224 del Cuadro San Vicente hay unos cactus plantados que llaman la atención frente al manto de cipreses que visten y dividen el cementerio. Están junto a la tumba de la reconocida pintora Beatriz Guttmann Goldberger (1931-2014), otro de esos nombres de mujer relacionados con el mundo de la cultura que se veían apagados y ninguneados por la presencia de los hombres, ya sea porque a ellas les era sumamente difícil acceder a este tipo de profesiones o porque simplemente tenían que verse relegadas a trabajar en el anonimato junto a otros hombres. Con un estilo abstracto muy personal, Beatriz incluso se dedicó al diseño de joyas. Y si crees que nunca has visto nada de ella, déjate caer por la calle Gobernador (junto a la plaza Obispo Pont i Gol) para ver su mural cerámico Diálogos con el agua.

Una mujer acaricia una de las tumbas del itinerario. Foto: Carme Ripollès (ACF).

Durante el recorrido, una mujer acaricia el relieve de las letras de los nichos. Como si quisiera conectar con esas mujeres que ya son, en cierta manera, pequeñas piezas de un puzle de referentes. Emocionada. Lamenta con su amiga que muchas de esas mujeres seguro que creían que, con el tiempo, las cosas cambiarían; se preguntan qué pensarían al ver el camino que aún queda por recorrer cuando se habla de igualdad y feminismo. Como los muchos nombres que se siguen sumando a la lista de asesinadas por la violencia machista. Nombres como el de Ángela Moreno, cubana de nacimiento (1870) e hija del militar vila-realense Pascual Moreno con su primera mujer. Su padre volvió a Castellón cuando ésta murió, donde casó con su segunda mujer. Ángela, viuda de su primer marido, se casó con su cuñado, quien se acercó a ella por intereses económicos. Un interés fallido, ya que el padre de ella desheredó a los hijos con su primera mujer; entre ellos, Ángela. Desde entonces, y a consecuencia de haber sido desheredada, aguantó 20 años de palizas hasta que, harta, cogió un hacha y asesinó a su marido quien, antes de morir, le provocó algunas heridas que derivaron en un coma diabético que acabó con la vida de Ángela en 1922. “Por los malos tratos que recibió de este”, escribían y justificaban los periódicos de aquel entonces; un entonces en el que la violencia machista estaba totalmente normalizada. Así lo explica la guía en papel que narra la historia de cada una de las mujeres que conocemos en el itinerario del MUCC; con Queta Ródenas Simón encargada de la documentación y redacción del material y la firma de Marta Negre en un acertadísimo diseño gráfico e ilustraciones. En el nicho de Ángela se puede ver una placa con un número de teléfono acompañado de “Tu sobrino. J. Llorens de Vila-real. Llámame”, una referencia que dejó su sobrino, su única familia, para futuras reclamaciones sobre el nicho, y que él mismo explicó el día que se inauguró el itinerario.

Nicho de Ángela Moreno con la placa del contacto de su sobrino. Foto: Carme Ripollès (ACF).

Si hay algo que ha conseguido el MUCC con Mujeres inmortales, además de poner nombre e historia a estas mujeres, es que podamos recorrerlo con el propósito de recordar y tener memoria; aunque tal vez, precisamente para eso sirve un cementerio. También el de quitarle tabúes a la muerte y al propio lugar. Aunque hay pocas cosas que rompen el silencio en un cementerio. Solo el crepitar de las hojas y la grava al pisar. Es el único sonido constante durante todo el recorrido. El resto de cosas que se pueden escuchar en un cementerio son sensaciones. Porque a veces parece posible hacerlo. Algo similar ocurre cuando pisas el cementerio civil, en donde se pueden apreciar las marcas en la tierra de las últimas exhumaciones que se han realizado en el cementerio de Castelló; del anhelo de aquellas personas que solo quieren recuperar su memoria. También el panel con los nombres que enterró el fascismo, pero esa es otra historia… Aunque nada lejana a la de algunas de estas mujeres, como Dolores Nebot Morte (1907-1940) y Elisa Ull Marí (1913-1939), que permanecen en el osario del cementerio católico, símbolo de las barbaridades que tuvieron que sufrir algunas mujeres durante el franquismo. Las rojas. Dolores y Elisa fueron fusiladas.

Pero volvemos al cuadro civil, porque es aquí donde encontramos a la navarra Juana Goñi Liceaga (1848-1922), quien se trasladó a Castelló tras fallecer su marido, Basilio Lacrot Larralde, exponente del republicanismo Navarro; pero no fue conocida por ser su mujer, sino por ser su compañera de profesión periodística en el El porvenir navarro, que, tras la muerte de éste, ella continuó. Juana fue una mujer fiel a lo que pensaba, por lo que llegó a ser muy respetada y admirada en Castelló.

El itinerario 'Mujeres inmortales' del MUCC se entremezcla con la actividad del cementerio. Foto: Carme Ripollès (ACF).

Junto a la tumba de Josefina López Sanmartín (1919-1989) hay tres mujeres sentadas en un banco de piedra. Miran hacia otro nicho y hablan mientras los rayos de sol les dan en la cara. Una de ellas se levanta con un paño para limpiarlo, otra de ellas está poniendo agua en un plato donde posiblemente reposarán las flores que lleva la tercera en una bolsa de plástico. Siguen hablando. Es sumamente cotidiano para ellas. La mujer del agua mira al grupo y se fija en el nicho de Josefina. Barcelonesa de nacimiento, militó en el Partido Comunista y, una vez terminó la Guerra Civil, se exilió y acabó en un campo de concentración de Argelia; se doctoró en la Universidad de Moscú, en donde ejerció como periodista en La Pirenaica. Volvió a España en 1967 y durante la Transición fue concejala de Castelló por el Partido Comunista del País Valencià y, posteriormente, por el PSPV; y en 1986 se convirtió en senadora por Castellón.

Sobre la tumba de Elvira Irulegui Galindo (1845-1921) hay una columna dórica que parece estar quebrada; símbolo de la pérdida de su hija con tan solo 19 años y cómo ese crecimiento natural de la vida se ve roto. Quebrado. Elvira fue una mujer que decidió salir de su casa y de sus círculos sociales (pertenecía a una familia acomodada) para movilizarse en auxilio de las víctimas de la guerra de Cuba a través de la Junta de Damas de la Cruz Roja, de la que era presidenta de honor. Redactó su propio epitafio, aunque hoy en día no se puede leer.

Tumba de Elvira Irulegui Galindo. Foto: Carme Ripollès (ACF).

Y qué sería de nosotras sin mujeres como Josefina y Elvira. Como Palmira Pla Pechovierto (1914-2007), maestra y diputada al Congreso por Castellón en las primeras elecciones democráticas, además de una de las 27 mujeres que aprobaron la Constitución española; o Eduvigis Tena Pastor (1875-1950), una de las primeras mujeres en acceder a un cargo político, como concejala municipal de Castelló. También Teresa Giménez Selma (1898-1990), conocida por su incansable labor en el sindicato femenino de alpargateras de la UGT a favor de las mujeres proletarias; cuando acabó la guerra fue encarcelada en la prisión de Castelló hasta 1941. Está enterrada junto a su marido, enviado a una prisión de Bilbao y que murió a los 47 años. Y Francisca García Mir (1897-1986), sindicalista y muy comprometida con la lucha antifascista, fue presidenta del Centro Obrero de Castelló y acusada de rebelión junto a su marido, Pascual Lavall Juncosa, cuando acabó la guerra.

Figuras como la de Vicenta Armengot Vila (1836-1892), una de las pocas mujeres en las que su profesión, maestra, figura en su epitafio (normalmente, las mujeres solían ser “mujer/viuda de”; e incluso sus nichos llegaban a ocupar menos espacio que los de los hombres). También fue una reconocida maestra por su apuesta por integrar en la educación actitudes creativas, Eladia Pedrós Clemente (1854-1917).

Itinerario 'Mujeres inmortales' por el Cementerio de San José de Castelló, organizado por el MUCC. Foto: Carme Ripollès (ACF).

No tan bien vistas eran profesiones que parecían propias de un mundo exclusivo de hombres, hasta que Piedad Ortells Agut (1921-2007) rompió con esto siendo, entre otras cosas, la primera abogada de Castelló. Similar a lo que le ocurrió a Elisa Balaguer Gonel (1895-1980), una de las primeras mujeres en conseguir un carné de conducir en 1923 (por aquel entonces las mujeres tenían que presentar un permiso por parte de un hombre para poder sacárselo). Entre las primeras mujeres con carné de conducir también se encontraba la hermana de María Pilar Gil Montaner (1901-1993). María consiguió estudiar Farmacia en Barcelona y, algo que era aún más complicado para las mujeres que el estudiar profesiones relacionadas con la sanidad, ejercer.

También hay algunos casos que llaman la atención, como el de Antonia Llop y Ramos (1800-1861). Con motivo de la inauguración del nuevo cementerio, se decidió organizar el entierro de un pobre de solemnidad, y la persona escogida fue Antonia. Un lujoso féretro y un entierro por todo lo alto. La importancia del cómo morimos y cómo nos representan cuando estamos muertos, y no de que nadie miró nunca por Antonia cuando estaba viva. Como las miradas hoy en día que despertaba la placa de Cristina Alloza, más allá de su papel como mujer y escritora. El hecho de que en la lápida de Antonia se puede leer: “Falleció viuda y pobre”, de por vida. También nos topamos con María Lidón Saborit Solsona (1901), la primera (y celebrada) niña que nació en el siglo XX, y que murió tan solo 4 meses después; y con Natalia Jimeno Gil (1838-1858), una joven (“doncella”) de 20 años que fue el primer traslado del cementerio del Calvario al nuevo cementerio.

La guía de la visita explicando la historia de Cristina Alloza (tercer nicho, primer fila por la izquierda). Foto: Carme Ripollès (ACF).

Isabel Martínez Blaya (1914-1989) está enterrada junto a su amiga, Josefa Pérez Sánchez. Detrás del nombre de Isabel se encuentra la historia de una miliciana que luchó durante toda su vida por los derechos de la mujer. Detrás de la historia de estas dos amigas la anécdota de que se prometieron que la última en morir sería la encargada de escribir el epitafio de la primera; solo que Josefa murió un día después (19 de marzo de 1989) de su amiga y no le dio tiempo.

Pero para caso curioso el de la “tumba anónima”, con un epitafio que la ha hecho famosa porque parece que la persona nos habla: “Piensa mortal quien quiera que tú fueres. Que fui lo que tú eres. No hay edad prefijada: tal vez hoy seas lo que yo soy. No te importa mi nombre tan siquiera. Yace aquí quien te espera”. Pero esa tumba ya no es tan anónima, tiene nombre e historia. La encontrarás en el número 1 de la fila 540 del cuadro segundo derecha del Cementerio de San José y te la contarán en el itinerario Mujeres inmortales del MUCC.

La tumba ya no tan anónima. Foto: Carme Ripollès (ACF).

*El MUCC retoma el calendario de su itinerario, puedes consultar la info a través de su página de Facebook. El itinerario es con entrada libre, pero inscripción previa necesaria. También puedes recorrerlo de forma autónoma con la audioguía y plano digital de la web del MUCC.


  1. Un artículo muy emotivo, pero hay un pequeño error . Josefina López murió unos meses antes que Isabel Martínez de la que soy hija . Gracias por el cariñoso recuerdo que estáis dedicando a estás mujeres tan poco representativas de la mentalidad de su época


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