Música >> Festivales, Portada

El vibrante 20º aniversario del Viña Rock

Hace tres años su supervivencia se tambaleaba, pero el Viña Rock superó el bache y ahora es uno de los festivales más importantes del país. La semana pasada cumplió 20 años, y lo hizo acompañado de un público que no para de crecer edición tras edición, un cartel lleno de habituales pero que escondía pequeñas grandes sorpresas. Uno de esos festivales que consiguen hechizar, que crean una atmósfera particular de sensaciones: melancolía con Suite Soprano, conciencia con Los Chikos del Maíz, raíces con La Gossa Sorda, chulería con Costa, fuego con Fyhabwoy,... Aquí te dejamos nuestro particular recorrido por esas (buenas) vibraciones.
  
Envía Envía
Imprimir Imprimir

Noticias relacionadas

Etiquetas

, , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , ,

La Raíz, apuesta segura. Foto: Viña Rock.

Que si siempre utilizan el mismo cartel, que si ahora está lleno de raperos y ha perdido su esencia, que qué pinta un autobús con música electrónica en mitad del recinto, que cómo es posible que a los grandes se les mueva a escenarios pequeños y los recién llegados ocupen los principales, que si faltan los clásicos o que si los que hay ya están quemados… bla, bla, bla. Probablemente la clave del éxito del Viña Rock resida, precisamente, en todo aquello que se le critica. Es ese festival que consigue subir a uno de sus escenarios principales a Rosendo por treceava vez y que se vuelva a llenar (y lo volverá a hacer), de la misma manera que Panxo (ZOO) llega con nuevo nombre, nuevo proyecto, nuevos aires y revienta el escenario ante su sorpresa o cuando los de las gorras planas, las crestas infinitas, las botas de acero, las cabezas peladas o llenas de rastas cierran –y llenan- el festival dando palmas al ritmo de “Ni más ni menos” de Los Chichos. Esas cosas que tiene Viña Rock, y esas cosas que pasaron del 30 de abril al 2 de mayo en Villarrobledo en un vigésimo aniversario que contabilizó un total de 60.000 asistentes diarios –según la organización-. También, por desgracia, un cúmulo de suciedad por todas partes, infame e insalubre si nos adentramos en el proceloso mundo poly klyn.

Es uno de los festivales más importantes del país y edición tras edición consigue anotar más asistencia (algunos ya son prácticamente fieles -como los que hacen la Romeria el primer domingo de Magdalena año tras año-), y todo gracias a esas características particulares que acaban convirtiendo la cita en algo así como volver a casa después de mucho tiempo. Como cuando tienes ganas de ver a tus padres y, si acaba de llegar un nuevo miembro a la familia –con nombre de reggae, por ejemplo-, le haces un hueco en la mesa.

SFDK llenó el escenario Canna. Foto: Viña Rock.

Se trata de revivir distintas sensaciones y vibraciones en pequeñas cápsulas, tan variadas como cada concierto y escenario, y que quedan atrapadas en ellos. Como el permitirte estar a más de 280 kilómetros pero sentirte cerca de la terreta cuando suena la dolçaina de La Gossa Sorda y te hace viajar de ayer (“Farem saó”) a hoy (“Esbarzers”), consiguiendo que uno de los escenarios principales a reventar les recordase que aún “t’estime, t’estimo, t’estim”, pese a que sabíamos que los de Pego se estaban despidiendo. Aspencat también iluminó con sus ritmos incansables y consiguió, por segundo año consecutivo, que Viña Rock volviese a aclamar ese últim segon que han hecho tan suyo.

Kiko Tur, cantante de Aspencat, con Viña Rock con una de las pocas paradas de su gira 'Compte enrere'.

Los que tampoco se quedaron atrás, y es que no hay festival que les resista, son La Raíz; la apuesta segura, el lleno garantizado, y no es para menos, les falta escenario y les sobra toda esa energía que son capaces de transmitir hasta donde les podía alcanzar la vista.

La sorpresa fue la de ZOO con un escueto pero efectivo Tempestes vénen del sud (2014). Eso sí, los que jugaban con ventaja fueron los castellonenses El Último Ke Zierre (coincidiendo con Green Valley, haciendo complicada la elección). Y, es que, con esta ya anotan once actuaciones en Viña Rock, uno de esos nombres que aparecen siempre en cartel y que, por lo que parece en cada directo, siempre quedan ganas de que lo vuelvan a hacer una vez más.

'Panxo' emprende nuevo camino con ZOO a ritmo de rap-fusión.

El que también se acordó (y nombró) varias veces de Castellón –probablemente por el vínculo que mantiene con amigos o a través del Rototom y otros bolos- fue Sr. Wilson, quien consiguió meterse al escenario reggae en el bolsillo de una forma sumamente sencilla, con clase y mucho raggamuffin. Y, es que, algo que es innegable es el merecido hueco del escenario dedicado a la música jamaicana, que se consolida definitivamente tras haber cautivado con los maestros The Original Wailers, Protoje o un más que sobresaliente Fyahbwoy, que llegó con un demasiado reciente BL4CKFY4H (2015) con apenas tiempo de escucha y que consiguió colar entre un completo repaso por toda su discografía que demostró que El Chico de Fuego ha vuelto.

El reggae guardó ese sonido especial que es capaz de trasladar a cualquiera a la isla, que consigue que hasta Villarrobledo tenga una relajante playa tropical ficticia, los guitarreos del rock, heavy y punk parecía que unían distintas generaciones y corrientes en un mismo pogo, el ska y la rumba coloreaban cualquier escenario y el rap provocaba contracturas que rimaban con el amor, la política, el cachondeo, la vida. En este último escenario (Canna) hubo un hueco especial para la melancolía y la parte más íntima de cada uno.

Sule B (Suite Soprano).

Suite Soprano se enfrentó a la difícil primera hora del escenario dedicado al rap, pero no importó. Su nuevo camino con Domenica (2014) es arriesgado, pero sumamente gratificante, justo cuando consigue transformarlo todo, cuando la dureza de las bases  con las que un día antes Shotta nos obligaba a ser felices dejan paso a Elhombreviento (siempre sobresaliente) y Dj Kaplan. El preciso momento en el que Sule B se arañaba literalmente con “Empíreo” y no había nada más que decir.

Costa, reventó junto a Ikki, Denom y Lawer Chacal.

De la melancolía al reventón, a la suciedad y a dejarse llevar por la bestia. Así es Viña Rock. Con un sol que se clavaba, y que intentaban aliviar lanzando agua, ron o vete a saber qué (es mejor no preguntar), a primera hora de la tarde una de las propuestas más controvertidas del escenario CannaCosta (que tuvo que parar el concierto al leer la palabra “machista” entre el público que pronto desapareció) se dejó la piel, se crucificó, junto al increíble combo que hace con el dj y productor Ikki. No llegaron a tiempo, pero aún queda pendiente esa colaboración junto a Non Servium que al final no pudo ser.

Costa, al 100% durante todo el concierto.

Los que sí que estuvieron junto al mc madrileño y tampoco se quedaron atrás dos días antes en su concierto fueron los canallas Natos y Waor. Volvían al Viña Rock un año después y demostraron que se merecían el cambio de horario (de primera hora de la tarde en 2014, a madrugada en 2015), se pudieron palpar todos esos kilómetros y escenarios que han ganado durante este tiempo y callaron más de una boca. No faltaron tampoco apuestas seguras como SFDK, La Mala Rodríguez, los deslenguados Los Chikos del Maíz y el siempre entregado Rapsusklei (¡sin sus rastas!); y otros se quedaron cortos, como le pasó a Nerviozzo en su nuevo camino en solitario.

Natos (Natos y Waor).

De una manera u otra, en cualquiera de los seis escenarios (además del #Nolimits, un acierto cerrar cada jornada con sesiones de electrónica tan sobresalientes como las de Tony Karate y Plan B) o prefiriendo más un estilo que otro, lo que es innegable es que el Viña Rock consigue aglutinar todas esas sensaciones que sólo la música es capaz de despertar en un mismo espacio y con múltiples caras.

Es esa forma que tiene el festival de conseguirlo, ya sea entre las bengalas que esquivan a la seguridad, los múltiples pogos, entre los aplausos, gritos y sonrisas, el calor o el insufrible polvo, con los Power Rangers entre el público, las búsquedas incansables de “¡Antonio!” por el camping… Entre las puestas de sol, la anaranjada y enorme luna llena y los amaneceres (eso sí, lo de la carpa del Antiviña mejor se queda para otro capítulo). Y quién diría que todo empezó en un campo de fútbol... Por otros veinte años más.

Deja un comentario

He leído y acepto el Aviso Legal

Puedes consultar el tratamiento que hacemos de tus datos y la forma de ejercitar tus derechos en nuestra Política de Privacidad,