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Torres y cadenas

De cómo una curiosidad en torno a la alta fidelidad llegó a convertirse en una insólita y adictiva experiencia vital. Palabras como "treble" y "bass" ya nunca volverán a tener el mismo sentido.
  
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Foto: Pol Miramar.

Pero, ¿como no se iban a fotografiar con semejante aparador sónico? Por favor, la duda ofende.

Cuando era niño me tocó vivir un momento muy particular de la historia de este país. De repente se instauró en cada hogar la extraña necesidad de poseer un equipo de alta fidelidad. Las típicas “cadenas” aparecían en las casas de la mayoría de familias en una suerte de competición doméstica de vatios y membranas. Personalmente, mi planta favorita de estas “torres” eran aquellos primigenios ecualizadores. Poder moldear a mi gusto el sonido de cada canción hacía brotar de mi interior el espíritu de un mocoso Phil Spector de La Plana Baixa.

Con semejante pasado una noche me dejé caer en el Rototom delante de un espacio llamado Dub Station, el cual según la leyenda albergaba uno de los mejores equipos de sonido (sound system) de toda Europa. El espacio es fácilmente describible: en un lado está la cabina de control con sus platos, mesa de mezclas y etapas de potencia y alrededor, dispuestos en círculo, seis barricadas de cajas apiladas con las tres vías necesarias para una buena audición, o sea, bajos, medios y agudos. Por supuesto, me situé justo en el centro para poder oír bien la sesión del pinchadiscos y, de este modo, me preparé para disfrutar de la calidad sonora del entramado de megahercios.

En las canciones de estilo dub la secuencia aritmético-musical es casi siempre la misma. Primero una cadencia de guitarra o teclados reggae a fuego lento. Después unos malabarismos de percusión que la sostienen, y aquí suele aparece una voz acompañada de una hipnótica línea de bajo, que es la que hay que vigilar ya que en breves momentos un extraño silencio parece susurrarte al oído: “Prepárate chaval, porque aún no sabes la que se te viene encima”. Y a continuación ocurre el milagro. El dibujo que ha descrito el primer bajo vuelve pero con una potencia y presencia que traspasa toda tu carne, todas tus vísceras y toda tu alma.

Por un instante no sabes si huir o rendirte al maremoto sónico. Entonces, entre la estupefacción emocional y la preocupación física de si eso es bueno para tu organismo, te embriaga una indescriptible sensación de quedar placenteramente sedado mientras todo lo que pasa a tu alrededor empieza a dejar de tener sentido. Posteriormente, cuando en un esfuerzo extra logras reubicarte, hay una pregunta que no deja de rondarte la cabeza: ¿Cómo puede oírse la música tan fuerte y con tanta nitidez? El omnipresente Bob ya lo decía en su rock de Trenchtown, “…hit me with music!....”, y eso es lo que sientes en la Dub Station: unos golpes de música que no duelen pero traspasan todo tu ser. Una experiencia única, mística e intransferible que este año se valora a treinta y dos euros la sesión. Vamos, una ganga.

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