La cita que abrió la programación oficial de conciertos de la Magdalena 2013, una vez superado el preludio de los grupos locales el domingo, se caracterizó por la singularidad extrema. Para empezar, la lluvia condicionó la velada. No la suspendió, porque el Recinto Ferial está cubierto, pero menguó considerablemente la afluencia de público. El que acudió, eso sí y subrayando la excepcionalidad de la jornada, fue porque le interesaba de veras la actuación de Pep Gimeno Botifarra. Y eso, aunque parezca una obviedad, es en este gremio rareza importante. Quiero decir, allí no había despistados y, pudiendo quedarse en casa viendo a Falete saltar por un trampolín, varios centenares de castellonenses eligieron desafiar al frío, a la lluvia y al sueño para arropar al artista en un trance difícil. Sólo música, por fin.
Quizá por ese motivo, a la hora de la verdad, el ambiente fue cercano y acogedor, incluso cálido, y reinó el respeto generalizado a cada una de las interpretaciones, las del Botifarra, cuya voz gobernó la noche con absoluta limpieza, en el desgranar de tradiciones legadas que constituye su obra, unas auténticas crónicas de un pueblo, el valenciano, que mezcla con sabiduría sorna, reflexión, cotidianidad y humor. Ya se sabe: se canta de peleas vecinales, riadas que dan sustos o mujeres que se van a jugar a las cartas mientras el marido se desloma en el huerto. Se canta de otros que son nosotros, a ritmo de rondalla, el flamenco de aquí, coloreando escenas costumbristas con aire juglaresco. Y ahí, en la distancia corta, no se le corre el maquillaje al Botifarra, porque ni lleva ni se le espera, y ni los chistes suenan forzados ni los versos ajenos sino propios, y la concurrencia se va arrancando poco a poco, demostrando que no sólo el Gangnam Style baila el hombre, también esos pasos que se calcan de generación en generación, lejos de la moda de turno y del negocio de ocasión.
Y al final, sobre el espectador que acudió remolón cayó impío el peso de la tradición: la vida se convierte en eso que ocurre mientras tu novia se convierte en tu suegra. Folk, ni más ni menos. El Botifarra venció.
Singular fue también la propuesta en lo estrictamente musical. No está habituado el escenario grande a acoger laúdes y bandurrias. Asimismo, el Botifarra desestimó el truco ruidista de muchos de los mediocres que viven de estos eventos. No necesitaba el volumen porque nada tenía que esconder. El chorro de voz que lleva la rienda, sobrado y tenso frente al frío, no oculta los matices del grupeto de cuerdas, que salpican las canciones de matices oscuros o luminosos, evitando el riesgo palpable de monotonía. La propuesta de Pep Gimeno, que hubiese sonado familiar en la Plaza Mayor, supuso un aire fresco casi revolucionario allá donde ocurrió.
Por último, anduvo cerca de enredarse en el juego teatral de los bises y, por un momento, dado que su obra se basa en el rescate popular que tanto abarca, con material casi infinito, llegamos a pensar que aquello no acabaría nunca, pero remontó con gracia para cerrar con un doble giro sobre el Bolero de Castelló, dejándose querer un poco y fijando el listón a una altura más que digna para los conciertos de la programación oficial de Magdalena.