Música

Banquete con Wilco en el Palau de la Música de Barcelona

Wilco, su repertorio y el Palau de la Música Catalana se aliaron anoche para ofrecer un concierto grandioso.
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Dice Diego A. Manrique en su artículo “El precio de la perfección” publicado hoy en El País que “Wilco se ha convertido en una máquina perfectamente lubricada, diseñada para complacer y apabullar”. Añade un prestigioso periodista musical en su muro de Facebook que “se han acomodado tanto que se han convertido en el nombre a citar en las cenas de cuarentones para demostrar que se está en la onda”. La verdad es que no les falta razón, pero, recién despertado, después de disfrutar de su concierto de anoche en el Palau de la Música Catalana en Barcelona, me inclinó más por releer las reseñas de Pablo Gil en El Mundo (“Wilco del gran poder”), Fernando Neira también en El País (“El hechizo superlativo”) y de Jenesaispop (“Wilco, el Concierto”) sobre la actuación del martes en el Teatro Circo Price de Marid o las de Gabriel Trindade en ADN (“El amor magistral de Wilco”) y Daniel Bossio en BCNCultura sobre el de Barcelona. Sin caer en la hipérbole, la mayoría de adjetivos que encuentro en esos textos se parecen más a lo que sentí anoche que los reproches apuntados antes. Es cierto que muchos íbamos hipersugestionados; entregados de antemano. Es cierto que Wilco son uno de los grupos del momento, incluso de moda (las portadas de octubre del Rockdelux o del suplemento Babelia de El País titulado “La música de nuestro tiempo” no son en vano), con las ventajas y desventajas que eso comporta. La peor de estas últimas, el precio de las entradas: abusivo. Pero más cierto es todavía que, a día de hoy, no se me ocurre una banda (la que lidera Jeff Tweedy), un repertorio (el de abajo, para enmarcar) y un espacio (el imponente palacio modernista de Lluís Doménech i Montaner) mejores para disfrutar de la música en directo.

No se puede pedir más. Unos teloneros sobresalientes, Jonathan Wilson (guapísimos los tres primeros temas con trío de guitarras acústicas). Un sonido exquisito. Y un repaso en profundidad a un listado interminable de canciones enormes. Sólidas de estructura, con desarrollos subyugantes, destellos juguetones, finales atinados y, sobre todo, magistralmente interpretadas. Anoche, hasta la iluminación -elegantísima- jugó a su favor. Solo eché de menos “At Least That’s What You Said”. Me quedo con una del último, “Born Alone”, volandera, pero que me sonó a clásico de toda la vida y cuya melodía todavía llevo clavada en la cabeza. Y, por supuesto, con Glenn Kotche; un batería sencillamente descomunal. Para mí, un banquete musical en toda regla, hasta el punto de que el atraco de la entrada y el palizón de coche de Castellón a Barcelona se dan por bien empleados. No fui a un acto social, ni a misa, ni a escuchar ningún sermón. Fui con muchas ganas a algo que apuntaba a gran concierto de rock. Y eso es lo que fue.

Las fotos de portada e interior de Jeff Tweedy y de la lista de canciones son de Xavier Mercadé Simó, de Rockviu.cat.

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