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¿Cómo es el público y el ambiente del SanSan? Un festival para los hermanos mayores del Arenal Sound

El público del SanSan llena el escenario principal. Foto: Cristian Lorente.

La primera edición del SanSan en Benicàssim ya es historia. Cuatro días de música, con más de doce horas por jornada, que parece haber obtenido el aprobado general por parte de la mayoría de los asistentes. Pero alcanzar una nota superior implica un ejercicio de afinación. Empezando por la estrategia de precios. Las numerosas promociones de la recta final, con descuentos en entradas y abonos que llegaron, incluso, a ser gratuitos, indignaron a quienes las reservaron al precio inicial. Todo para alcanzar una afluencia de gente que ha necesitado un empujón extra. Sin salir de La Plana el SanSan, dirigido por Santiago Álvarez, cuenta con varios espejos en los que mirarse. Festivales con experiencia de años sobreviviendo con éxito y con características similares, de los cuales pueden asimilar virtudes y esquivar errores. Por similitudes de cartel, es el Arenal Sound el más afín al recién llegado. Salvo por la cantidad y la fama de los Djs que acuden cada verano a Burriana y porque en el SanSan la presencia extranjera es residual, el listado de grupos españoles podría perfectamente ser intercambiable. La diferencia reside en el tipo de público que se ubica frente a los escenarios de cada festival. En el Arenal la media de edad ronda los 20 años y su actitud enérgica e intensa contrasta con la calma y la cordialidad que se respiró en un SanSan treinteañero. Utilizando los gentilicios que difunden sus organizadores, los sanseritos son como los hermanos mayores de los sounders, con una actitud más tranquila, cordial y familiar pero con gustos parecidos y las mismas ganas de vivir una gran experiencia musical.

Los del Río crearon expectación en un público que respondió en todos los conciertos. Foto: Amparo Más.

Caminar por el SanSan era casi como hacerlo por las calles de Castellón, concretamente por lugares cercanos a salas de música en vivo. Era habitual ver por el recinto a muchos rostros del circuito de salas y a otros tantos integrantes de los propios grupos, junto a los asiduos a este tipo de citas multitudinarias. Una amplia representación de la escena de Castellón parecía haber sido transportada al Recinto de Festivales de Benicàssim y, debido a la radical caída de los precios de las entradas en la recta final, parecía inevitable encontrarse con alguien conocido: por proximidad y economía muchos castellonenses optaron por sumarse a última hora a un festival con el que no contaban. El SanSan se convertía en una buena opción para pasar unas Pascuas diferentes, tanto por ser el primer macrofestival del año como por el buen tiempo y por la novedad en sí de un festival que después de tres ediciones en Gandia se estrenaba en la Ciudad de Festivales.

Pero no solo de Castellón se nutre el público del festival. Según la organización, el cambio de sede ha traído un descenso del público madrileño en relación a sus años en Gandia, aunque éste sigue siendo, junto al de la Comunitat Valenciana -obviamente-, el principal proveedor de un festival nacional casi al 100%. Murcia –por el alto número de grupos participantes-, Aragón y Cataluña también han contado con buena representación. El domingo, ya que el lunes era día laborable en casi todas las autonomías, disminuyó gran parte de la presencia foránea. Pero la organización demostró aquí ser previsora y el cartel de la última jornada ya estaba pensado para los oídos del levante, con música en valenciano y actuaciones de conjuntos de la terreta.

Espíritu de fiesta y buen rollo por parte de los asistentes del SanSan. Foto: Cristian Lorente.

Las tres primeras jornadas, sin embargo, ofrecieron un amplio rango de artistas y bandas para atraer también a público de fuera de la Comunitat. Presencias como las de Leiva, que hacía más de 10 años que no actuaba en un festival, funcionaron perfectamente como reclamo. No en vano el viernes, con el artista madrileño como cabeza de cartel junto a grandes del rock español como Coque Malla o M Clan, fue la jornada de más éxito del festival con un lleno total de 14.000 personas (la suma total de los cuatro días se sitúa en 55.000 asistentes, según datos de la organización). Pero los cabezas de cartel del resto de jornadas también funcionaron como atracción. El resultado: una gran cantidad de turistas musicales viajaron hasta Benicàssim. Aunque los motivos fueron diferentes: desde por las ganas de disfrutar del anticipo del verano festivalero hasta por la atracción del sol y playa. El camping –ubicado en la zona norte de la localidad y que albergó alrededor de mil ocupantes-, los hoteles de la costa, los apartamentos propios, los alquilados y las casas de amigos o familiares han sido las elecciones más populares por los desplazados en estos días.

PÚBLICO DIVERSO UNIDO EN UN AMBIENTE CORDIAL

El buen ambiente, la tónica general de todo el festival. Foto: Amparo Más.

Pero todas estas diferencias, tanto de procedencia como de motivo, parecieron desdibujarse en el momento en que el público entraba en un recinto que se redujo en relación al espacio que utilizan el FIB y el Rototom. Y ésta es precisamente una de las grandes victorias de la primera edición del SanSan en Benicàssim: un público de diferente origen, de distintas preferencias con respecto a tan variado cartel y, en muchos casos, con décadas de edad de diferencia, se hizo uno. El SanSan, sin dejar de ser lo que por definición es, un macrofestival, reunió todas esas expectativas positivas que uno espera cuando decide ir a un evento de este tipo mientras evitaba la mayoría de las negativas. El trato entre los asistentes fue cordial y tranquilo, dentro del ritmo normal de un festival de música. Contados problemas, ningún enfrentamiento y convivencia apacible.

La presencia de parejas jóvenes ayudó a que se respirara un ambiente muy familiar. Algunos padres primerizos decidieron llevarse a los más pequeños, de manera que por las tardes era habitual ver a espectadores muy jóvenes. Tanto las familias como los grupos de amigos, conocidos o parientes, coexistieron entre ellos perfectamente.

Muchas jóvenes parejas decidieron pasar sus días de Pascua en el festival. Foto: Amparo Más.

LA BEBIDA COTIZA ALTO

Pero frente a la victoria del ambiente, la principal derrota del festival fue la estrategia de precios, punto en el que coincidieron la mayoría de los asistentes. La organización del SanSan y sus colaboradores optaron por ir rebajando precios, llegando incluso a regalar de forma gratuita abonos y entradas de día en diversas promociones. Todo con el objetivo de lograr una gran cifra de asistencia. Esta situación provocó malestar entre quienes, en un primer momento, ya habían apostado por el festival, comprando abonos a precios más elevados que muchos de los que se unieron más tarde. Este escenario provocó que fuera fácil encontrar en el mismo grupo a personas que pagaron el abono completo con otras que entraron gratuitamente.

La pregunta de cómo puede salir rentable a la organización montar un festival con nombres en el cartel como los del SanSan mientras regalan literalmente entradas y abonos se iba haciendo evidente. Y la respuesta parece estar tras la barra. La gran sorpresa negativa del festival y principal queja de los asistentes: el precio de las bebidas. Una cerveza, 1,5 tokens. A 3 euros el token, beberse una cerveza dentro del recinto, algo que parecía hasta necesario a primera hora de la tarde cuando el sol estaba más agresivo, salía a 4,5 euros. Y lo más sangrante: un agua, 3 euros. Indignación entre los presentes y, como consecuencia, no fueron pocos los que optaron por beber y cenar en sus propios coches. En todos los foodtrucks la pieza de comida rondaba los 2 tokens -es decir, 6 euros-. Este elevado coste se entendió como una manera de compensar los precios de las entradas, pero el resultado fue que las barras estuviesen menos activas que en otro festival de este tipo. Era difícil sobrevivir dentro del festival tantas horas sin un importante gasto económico, creando así carreras de entrada y salida del recinto entre un concierto y el siguiente. La indignación causada por esta situación se pudo constatar además en las redes sociales.

El precio del 'token', principal queja del público del festival. Foto: Amparo Más.

Por su parte, los músicos participantes también comentaron por redes sus vivencias en el festival, con comentarios generalmente positivos. En especial, pareció gustar el uso de carromatos magdaleneros a modo de camerinos. Una idea original que permitió a los artistas crear una especie de ciudad de músicos en carromatos. Y no se olvidaron de las buenas maneras del personal de escenarios, llegando a comentar en algún caso que era de las mejores que habían tenido en festivales. Aunque en algunos conciertos el sonido distó de ser el más adecuado, una sensación que variaba -y mucho en algunos casos- dependiendo de la ubicación del espectador, sobre todo frente al escenario principal.

Otro éxito del festival fue el trato de los trabajadores, amable y eficiente con todos los asistentes, así como la capacidad de atención y de resolución de problemas por parte del equipo de organización. Aunque, según la actividad y la zona se notaba un ligero descontrol, se paliaban los errores, se trataban ágilmente y el resultado, a efectos logísticos, fue decente. A destacar la atención a la prensa por parte del equipo capitaneado por Michel Sepúlveda, pese a que la ubicación de esta zona era algo incómoda al tener que atravesar toda la carpa de Djs para acceder a ella. Una carpa que, cuando caía la noche, rebosaba vida.

La carpa de Djs, siempre llena en las últimas horas de cada jornada. Foto: Cristian Lorente.

La gran acumulación del público en la zona de Djs ha sido otro de los factores subrayables. Aunque los nombres de los invitados a pinchar se alejaban de los más habituales de este tipo de festivales, la respuesta del público fue inmensa. Los Djs, escogidos algunos de ellos por su relevancia y popularidad en redes sociales, atraían jornada sí y jornada también a un gran número de asistentes que preferían descansar de la música en directo durante unas horas, sobre todo bien entrada la noche, con los últimos conciertos de la jornada sonando todavía en los escenarios.

EL SOL Y EL CALOR, ENEMIGOS DE LOS CONCIERTOS VESPERTINOS

La franja horaria de los conciertos ha sido, de hecho, una de los factores claves para entender la afluencia del público. Los conciertos de primera hora de la tarde contaban, por regla general, con menos número de espectadores. El sol y el calor fueron factores determinantes en un festival que, salvo excepciones, empezaba a llenarse de público sobre las 19:00. Aunque pocos conciertos empezaban con la misma audiencia que terminaban. Obviando las veces contadas en las que se cruzaron horarios y coincidían al mismo tiempo los conciertos en ambos escenarios –momentos en los que, por la cercanía de los mismos, se solapaba la música-, era difícil que el público llegara a tiempo para el inicio en un escenario cuando acababa de terminar el otro. Escenarios a los que con regularidad subía la mascota del festival, Sansito, para interactuar con los artistas y con el público, hacerse la foto de rigor, bailar y formar parte del espectáculo.

Tranquilidad y poco público en los conciertos de primera hora de la tarde. Foto: Cristian Lorente.

Esta fue otra de las grandes tónicas del festival: la afluencia del público del Negrita al Desperados, y viceversa. El Desperados, que funcionaba como escenario principal, contó con los principales cabezas de cartel y disfrutó de los conciertos más concurridos. Por su parte, algunas actuaciones del Escenario Negrita solían ser la excusa para un sector del público para reponer fuerzas, comer, beber o salir del recinto. Pero, en general, y salvo excepciones contadas, todas las actuaciones tuvieron su público y tanto los asistentes, los trabajadores, organizadores, voluntarios como artistas consiguieron crear un festival simpático y agradable, en el que la música no era una excusa para vivir una experiencia festivalera de varios días, sino la base sobre la que se construía todo el festival.