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Nick Curran en el Four Seasons. Con lunes así, no harían falta sábados

El lunes por la noche, cuando pensaba en un titular para esta crónica, sólo se me ocurrían cosas que incluyeran palabrotas. Así que, por bien del lenguaje, decidí aguantarme las ganas de escribir y trasladar mis reflexiones y sensaciones para después del merecido reposo. El lenguaje normal y reposado no pueden describir el derroche de energía que inundó la sala Four Seasons durante la actuación de Nick Curran & The Lowlifes.

El cantante y guitarrista texano (¡qué cantante y qué guitarrista!) apabulló al público como si fuera un carro blindado destrozando alambradas. Pero, al mismo tiempo, fue sacando de la chistera recursos de distinción dignas de un gentleman. Cómo mezcló las dos cosas, resulta difícil explicarlo. Aún lo estoy asimilando.

Después de otra pausa reflexiva mientras escribo esto, creo que empiezo a ver claro. Se trató de Rock’n’Roll. Ni más, ni menos. Curran rugió su repertorio pese a que estaba acabando la gira española y tenía su extraordinario chorro de voz con la reserva puesta. Pero cuando sobra alma y no importa derrochar sangre y sudor, se sacan las fuerzas suficientes para atrapar a la gente, estrujarla, meterla en el bolsillo, sacarla y lanzarse sobre ella. Y todo por la obra, gracia e influencias de un montón de negros que en los 40 y 50 pusieron las bases de lo que debe ser salvaje e indomable. Unos negros de los que solo se diferencia por una cuestión de pigmentación cutánea (un detalle sin importancia, la verdad). Porque anoche podrían haber estado en el escenario Little Richard, Chuck Berry, Bo Didley, Etta James, John Lee Hooker, Jerry Lee Lewis e, incluso, los Sonics y los Ramones. Pero en su lugar estuvo un artistazo como la copa de un pino, acompañado por una banda tremenda que sonó como un cañón de fragata a punto de un abordaje.

Repasaron, prácticamente, todo el último trabajo discográfico de Curran, Reform School Girl. Este es un álbum que no puede faltar en la fonoteca de cualquiera que se considere amante del Rock’n’Roll. En directo, además, los temas aún salieron ganando. No hubo baches, ni errores del momento. Incluso cuando Nick se tiraba al público en medio de los solos de guitarra, no fallaba las notas. ¿Virtuosismo? Sí, claro. Pero ofrecido generosamente y no como una forma de satisfacer egos. Y es que la forma en que la gente disfrutó del concierto fue de una entrega mutua con los músicos.

¿Y tanta perfección no puede dar la impresión de que se trata de algo prefabricado? Pues no. Nick Curran es un rockero de pura cepa. Esa forma de cantar y tocar no tiene nada que ver con un diseño premeditado para gustar. No tiene nada que ver con algunos productos de éxito actuales que reviven los sonidos clásicos de los 50 con destino a las radiofórmulas. No hay falsificaciones que valgan. Es más, Curran las destapa todas porque lo que hace es lo que hay. Lo que siempre ha habido. Lo que mola porque mola, y no porque te tenga que molar. Curran hace que el Rock’n’Roll recobre su sentido original y eso es de muy agradecer para los tiempos que corren.

No quiero despedir la crónica sin mencionar a los fabulosos teloneros, The Nu Niles. Los barceloneses son un trío con la suficiente enjundia como para encabezar el más lujoso de los carteles. El currículum musical de Mario, Iván y Blas haría palidecer de envidia a más de uno. Demostraron lo buenos que son, pero sabiendo cuál era su lugar en ese momento. Podrían haber lucido mucho más puesto que capacidad tienen de sobra. Sin embargo, supieron que el día era de otros. Y, aunque no bajaron de la excelencia, reservaron prudentemente parte en el tarro de las esencias esperando a otra ocasión que, esperamos, se repita pronto. Con lunes como este, no harían falta sábados.

>Fotografías cedidas, tanto la de portada como las interiores, por Jordi Ballester.