La sencillez y la imaginación son el estandarte de Don Juan, memoria amarga de mí, una obra de teatro con alma de retablo de títeres. La memoria y la excelencia interpretativa son los adjetivos que mejor definen al valiente actor Miquel Gallardo. Sobra decir que una obra de teatro con una duración de hora y media y representada por un solo actor es un reto para su talento interpretativo y también para la atención del espectador. Pocos, entre los que se encuentran Lola Herrera y ahora Natalia Millán en Cinco horas con Mario, son los que aceptan este gran desafío teatral. El público del Paranimf fue testigo el pasado viernes de uno de esos momentos exclusivos.
Sin embargo, Don Juan, memoria amarga de mí, dirigida por María Castillo y producida por la Companyia Pelmànec, es una de esas funciones con las que uno se enamora o se reconcilia con el mejor teatro. Un solo intérprete, Miquel Gallardo, desfilando de lado a lado del escenario como el joven fraile Jacob, portando tres títeres creados por Martí Doy a los que da vida y voz sin caer en el absurdo o el escepticismo de los personajes.
Una perspectiva teatral resultante de los Don Juan escritos por Tirso de Molina, Zorrilla, Molière o Palau i Fabre, en la que la vejez del libertino y el trascurso de sus últimos días en un convento junto al Padre Luis, el prior del convento, y un fraile al que le unirá más que las confesiones nocturnas, son el eje que desarrolla la acción.
Un brillante Gallardo desdobla la voz, pasando del género masculino al femenino y del catalán al castellano, mientras acondiciona un escenario, sencillo y funcional, a las exigencias de cada escena. La extensa y admirable actuación de Miquel Gallardo toma un respiro momentáneo gracias a las amantes de Don Juan -interpretadas por Ingrid Domingo, Annabel Totusaus, Marcia Cisteró, Laura Barba, Dolça Cos y María Castillo- que, proyectadas en el atrezzo, atormentan la memoria amarga de un solitario y enfermo Don Juan.