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La indefinible

Una vez leí, quién sabe si en un sobre de azúcar, en una pintada en la puerta de un baño o en un libro de cuyo nombre no me quiero acordar, que “la cultura es el placebo que te despega de la realidad y te permite mudar la piel para llevar mejor abrigo”. Y tiene toda la razón. ¿Quién no ha salido de un teatro y ha querido compartir la misma suerte que el protagonista que acaba alcanzado su sueño?, ¿a quién no se le ha metido una canción tan tan dentro que durante días no ha dejado de sonar en sus entrañas?, ¿qué hay del libro que encontró las palabras para describir los sentimientos más humanos?, ¿y de la pintura cuyos colores te arrastraron hasta un recuerdo de tu infancia?

Para los académicos de la RAE la cultura es, en una de sus acepciones, “un conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”, es decir todo aquello que hemos ido absorbiendo hasta crear un poso que nos hace más libres de pensamiento, más críticos con lo tangible y lo intangible.

Sin intención de hacer un estudio social, pero sí con el objetivo de conocer qué es para sus consumidores la cultura, me decidí a dibujar su imagen a través de los sentidos. ¿A qué sabe la cultura?, ¿cuál es su olor?, y si tuviera un color, ¿cuál sería?, ¿es un ruido o una melodía?, ¿qué textura tiene si es que se puede tocar? Encontré unas cuantas víctimas que se prestaron a compartir su idea de cultura, y de sus variadas y personales respuestas, a veces incluso antagónicas, entendí que la cultura es un cúmulo de conceptos siempre positivos que se acomodan en nuestro interior. En eso estamos de acuerdo los sillones de la Real Academia y yo: la cultura sabe dejar huella y acurrucarse a un lado de la memoria para saciar interrogantes en cualquier situación.

Me confesaron que la cultura tiene olor a fresa, a lápiz de cera, palomitas o brisa. Su tacto es a veces suave (como un gato), otras viscoso (como la piel de un sapo), rugoso o cambiante. Su sabor recuerda al del chocolate, en algunos paladares es picante, en otros dulce, agridulce e incluso agrupa todos los sabores que nuestras papilas gustativas pueden detectar. Si le pegáramos la oreja la cultura sonaría a música clásica, a la melodía de un instrumento de viento, a un mar en el que cada ola es una nota que flota en el pentagrama, sonaría a Las cuatro estaciones de Vivaldi o a una canción que te elevara tan alto que podrías verte en el suelo pequeñito como una hormiga. La cultura, para ellos y ellas, luce verde, rojo, rosa o junta todos los colores y los alborota como hace un caleidoscopio.

“Qué difícil de encontrar una respuesta” se quejaron. “No hay percepciones incorrectas”, les aseguré, “la cultura es todo eso y mucho más”.  Feliz décimo aniversario a Nomepierdoniuna por saber encontrar palabras a lo que es tan complejo de describir.

María Molina es periodista y presentadora del programa A vivir que son dos días de Radio Castellón Cadena SER.