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El rugido comprometido del Rototom Sunsplash

¿Recuerdas aquel “Todo va a salir bien”; el “después de esto seremos mejores”? Con sus arcoíris asomando por las ventanas y balcones. El coronavirus paralizó prácticamente todo, pero parecía que había encendido una cosa muy importante: la solidaridad. El pensamiento individualizado (confinamiento, uso de mascarillas…) para el bien común. Que saldríamos más fuertes, decían. Pero los contagios bajaron, las medidas se volvieron mucho más laxas hasta prácticamente desaparecer y las olas que ahora ocupan todo son las de calor. Y no nos hemos hecho más fuertes, no. Cuando parecía que recuperábamos esa normalidad de la que tanto se ha hablado estos dos últimos años, estallaba una guerra, seguían los bombardeos en esos lugares en los que nada había parado, los N.N. seguían dejándose la vida en el mar, mujeres perdiendo derechos en tierras de supuestas libertades, colectivos siendo agredidos y señalados, la naturaleza diciéndonos gritándonos que basta ya (sobre todo, cuando ya el primer día llegas al recinto con el cielo teñido de rojo y la ceniza cayéndonos encima)… Pero, de repente, pisas el Rototom Sunsplash y te atropellan incontables realidades. También gente que está dispuesta a cambiarlo.

Son pocos los lugares que, actualmente, nos inviten a soñar con un mundo más solidario y nos inciten a alcanzarlo. Por suerte, el Rototom Sunsplash es uno de ellos. El festival de reggae volvía del 16 al 22 de agosto a Benicàssim. Y menos mal. Porque su papel, y no solo en lo musical, es fundamental. Es la oportunidad de empaparte de realidades que parecen lejanas, pero que tenemos más cerca de lo que nos pensamos. Aquí no hay grandes escenarios con el nombre de alguna marca. Hay la apuesta por unos valores y un compromiso que intenta dar un paso más. Que intenta que seamos más conscientes en igualdad, respeto y solidaridad. Y lo mejor de todo esto es que el público lo hace junto al festival. De ahí que en este particular reencuentro que hemos vivido con su 27ª edición hayan pasado, según los datos facilitados por la organización, 211.000 personas -casi 11.000 más que en 2019- de 77 nacionalidades diferentes (España, Francia, Italia, Alemania, Reino Unido, Uruguay, Egipto, Tailandia, Kenia, Haití, Indonesia, Vietnam, Islandia, Nueva Zelanda, Trinidad y Tobago…). Sin olvidar tampoco uno de sus grandes valores, la emisión en directo de algunos conciertos y programación extramusical a través de sus redes sociales: más de 650K horas de streaming con un alcance de un total de 2,8M de personas conectadas desde todo el mundo. Por cierto, con las fechas ya confirmadas para la próxima edición: del 16 al 22 de agosto de 2023.

Vemos manos que apuntan hacia arriba por todas partes. Foto: Carme Ripollès (ACF).

Cuando decimos que el Rototom es un festival más consciente, también es porque desde su programación y estructura impulsa precisamente esto. Por ejemplo, la posibilidad de que el público pueda donar sus vasos a favor del proyecto “El VIH también salva vidas” (Conquistando Escalones y CASDA), el tótem de Nadie Sin Su Ración Diaria para la donación de alimentos, el hecho de que el Rototom haya sido el primer festival en Europa que mide y certifica su huella de carbono o las diferentes iniciativas que se valen del Rototom como altavoz. Se respiran ganas de conseguir ser un poco mejores. El contraste con otros festivales es lo primero que te llama la atención, y para contártelo este verano nos hemos juntado cuatro manos: las de quien se conoce el festival desde sus inicios y las de quien lo ha pisado por primera vez. El lema de este año, clavado: “We must change the world”, debemos cambiar el mundo ; y para cambiar el mundo, debes ver mundo.

El actor Juan Diego Botto como público en el Foro Social. Foto: Carme Ripollès (ACF).

Una de las cosas que, verano tras verano, lo hace único es su programación extramusical a través de espacios dedicados a la divulgación, como son el Foro Social (muy pillados aún con la charla “Utopías para cambiar el mundo”) o la Reggae University. Pero también las tardes con los talleres de Pachamama (que por las noches se convierte en el tranquilo refugio de muchxs) o con las áreas infantiles y juveniles Mágico Mundo y la Teen Yard. Que, por cierto, es increíble ver cómo cada vez son más niños y niñas quienes que forman parte del público del festival y se encuentran con la música reggae y la cultura del Rototom desde bien pequeñitos (según la organización, este año ha habido 13.782 menores de 13 años).

Lxs menores de 13 años tienen entrada gratuita al festival. Foto: Carme Ripollès (ACF).

Nos ha dejado un sabor agridulce la programación del antes African Village y ahora renombrado como Jamkunda y su Ataya, aunque tenemos que confesar que la llegada de Voodoo por las noches ha sido un grandísimo acierto. Muy cerca de ahí, esas cosas que pasan en el Rototom y te siguen dejando flipada, como el hecho que durante el festival distintos artistas, días tras día, van dando forma a unos particulares murales llenos de sentido y significados (Social Art Gallery).

Jamkunda por las noches se transforma en Voodoo. Foto: Carme Ripollès (ACF).

En cifras: más de 180 conciertos y pinchadas y otras 182 actividades culturales. Aunque no todo ha sido sencillo. El miércoles 17 por la noche el Rototom se veía obligado de forma preventiva a suspender la actividad en el recinto por el temporal de viento. La rápida respuesta por parte de la organización y la ordenada salida del público del recinto permitió que el festival pudiese reactivarse al día siguiente sin ningún percance y seguir su programación habitual. Además, el Rototom facilitó que aquellas personas que habían adquirido la entrada de un solo día para el miércoles pudiesen disfrutar del festival también el jueves.

Las batucadas siempre anuncia el arranque de los conciertos. Foto: Carme Ripollès (ACF).

El gran peso del festival se lo llevan los conciertos, obviamente. Por el Main Stage hemos visto pasar referentes de la música jamaicana (es increíble que este festival nos esté dando cada verano la oportunidad de verlos en directo), pero también nos hemos topado con todo tipo de sonoridades y algún que otro despegado (otra vez, Sean Paul). En el Lion Stage, un montón de propuestas emergentes de todos los rincones. Como un mapa reggae. Porque en esta edición hemos tenido la oportunidad, por ejemplo, de flipar con la voz de Xana Romeo justo después de ver a su padre, Max Romeo, en el Main Stage. Esto también es Rototom.

La mejor forma de arrancar este reencuentro con el festival ha sido Damian Marley. No es la primera vez que pisa Benicàssim, pero siempre deja uno de los directos más potentes. Y así fue, el concierto más efectista y multitudinario. Jr. Gong ha sabido darle una vuelta al estilo reggae de su padre para acercarse más a la música urbana y la electrónica (“Make it bun dem”, “Road to Zion”, “Beautiful”). La segunda parte del concierto, con varios guiños a su padre (“Exodus”, “Is this love”); con un “Could you be loved” junto a su hermano, Julian Marley (que ese mismo día había participado en la Reggae University y a quien veríamos al día siguiente sobre ese mismo escenario). Las pantallas, llenas de mensajes y reivindicación de las raíces. También un par de situaciones anecdóticas, como la subida de un espontáneo al escenario que el propio artista se tomó sorna (“Take time” –tomaos tiempo- indicó a la seguridad del escenario). Se despidió con “Welcome to Jamrock”. El perfecto cierre.

Damian Marley con la bandera rastafari con el León de Judá. Foto: Carme Ripollès (ACF).

Y si Damian representa esa corriente más ‘contemporánea’ del reggae de Bob Marley, Julian Marley se mueve en otro camino opuesto. Defendiendo un reggae más clásico, sin olvidar tampoco los guiños a su padre (“Jammin”). Que tal vez puede ser muy predecible, pero se agradece poder disfrutar de estos clásicos de la voz de sus hijos. Quiénes mejor para mantener una herencia que prácticamente ha marcado todo un género. De esto saben también muy bien los encargados de abrir el festival: The Skatalites. Defendieron el roots y el ska del que ya son grandes influenciadores. Como un caramelo poder disfrutar de un directo en el que predominó lo instrumental (saxofón, trompeta, trombón, teclado, percusión, guitarra, bajo y batería). Algo similar pasaba al ver a The Abyssinians con sus armonías vocales. Cómo sonó ese “Y Mas Gan”.

Conozcas o no la música reggae, el festival es como una clase rápida. Todo aquello que deberías escuchar para entender su evolución. Por ejemplo, para entender los caminos del ska y el dub, tienes que ver a The Skatalites. Pues para saber sobre las raíces reggae deberías ver a Horace Andy (ojo ese “Skylarking”). Y si escuchas la palabra singjay y no entiendes su particularidad, te acercas al concierto de Eek-A-Mouse. Directo singular y con la que ya es sueña: su estilo vocal; protagonizado también por sus cambios de vestuario (traje verde de corsario y uniforme de lentejuelas), su interacción con el público y por el avance del que será su próximo disco. Fue raro, tal vez; pero nos va. El jamaicano llenó de significado su -divertida- puesta en escena dedicando el concierto a las personas de Ucrania, Afganistán y Jamaica. Menos apabullante fue el concierto de Clinton Fearon en la segunda jornada; con un predominio instrumental, la actuación intercaló episodios enérgicos con otros atmosféricos, acercándose por momentos al rock progresivo.

Otro de los referentes del género: Luciano. Foto: Carme Ripollès (ACF).

“Estoy orgullosa de formar parte de las pocas mujeres que hay en el cartel”, espetaba Mala Rodríguez. Y no le faltaba razón. Es cierto que la mujer no tiene gran representación en el reggae, género monopolizado por nombres masculinos, y que, si conoces el festival, sabes de su esfuerzo por visibilizarlas en el cartel, pero faltan mujeres. La rapera era uno de esos pocos nombres que hemos podido ver por el escenario principal, también de las propuestas más puras de hip hop. Desmontó aquello de que ella ya no hace rap como antes. Y lo desmontó de la mejor forma, en un escenario (siendo una gran llamada para el público nacional, por cierto). Eso sí, enfrentándose a algunos problemas de sonido al principio. “Tengo un trato”, “33”, “Quien manda”, “Por la noche”, “Aguante”… Y con una garra increíble. Acompañada de sus bailarinas, con sutiles algunos guiños al dancehall y cerrando “Contigo”.

Enganchadísimxs nos dejó Fatoumata Diawara; desde el primer momento. Reggae, jazz y nos atreveríamos a decir que pinceladas afrobeat y rock. Voz, pero también a la guitarra (que no suele ser del todo habitual), liderando a la banda. Chapeau. Si seguimos mirando a los directos de ellas, imposible no pararse en el Lion Stage ante la garra afrobeat de Samora o, en el principal, la potencia de Hempressa Sativa, más cercana al roots y sing-jay.

Fatoumata Diawara. Foto: Rototom Crew.

También se ganaron al público la Paradise Balkan Orchestra, que después de verlas en directo y teniendo en cuenta la cantidad de gente que reunieron en el Lion Stage tal vez les habría hecho falta el escenario principal. No estuvieron solas, pudimos disfrutar de un show pensado exclusivamente para el festival en el que contaron con Tribade, Travis Birds, Maruja Limón y Santa Salut.

Una de las apuestas de este año era la del afrobeat, sin duda. El sábado lo protagonizaba el nigeriano (aunque nacido en Atlanta, creció en Lagos) Davido. Y dejó uno de los directos más elegantes del festival, con distintas intensidades. La evolución del afrobeat con otras sonoridades más contemporáneas que está consiguiendo llegar a gran parte del público. Así lo demostró con su The Baddest.

La Dame Blanche también conquistó el Lion Stage. Foto: Carme Ripollès (ACF).

Y como todo no podía ser armonioso, llegó Sean Paul... Lo hacía el jueves, con la referencia de su ¿bochornoso? concierto en 2014. Y la cosa no ha mejorado mucho, para qué nos vamos a engañar. Aunque este verano sí que parece que sabe dónde está y lo que está haciendo (hasta parece que ya se ha aprendido alguna de sus canciones), lo cierto es que el directo no es su mejor arma. Menos mal que sí lo son sus canciones, que con que las pusiese su dj ya era suficiente para mover al público. El jamaicano sigue valiéndose del playback por debajo y del apoyo de otro vocal. Ha vuelto a apostar por el “Bailando” (sin saberse la letra), como si fuese algún tipo de guiño que 7 años después seguimos sin entender por qué. No hacía falta, de verdad.

Que no se trata de inventar la rueda, pero sí de saber utilizarla. Morodo es uno de los grandes representantes del género en España y se sabe de memoria el escenario del Rototom, pero es que siempre acierta. Por un momento, era como volver a las otras muchas veces que le hemos visto sobre ese escenario, pero sabe llevarse al público. Porque nos ha dado igual, aunque pareciese que eso ya lo habíamos visto, porque nos hemos topado con un montón de cosas nuevas. Porque hemos recuperado esa conexión con una cultura tan sumamente amplia (y al lado de casa). Porque, después de dos años sin Rototom, hemos vuelto a sus realidades, a perdernos entre la gran cantidad de historias que se encuentran en el festival y que éste tan bien representa. Hemos parado el ritmo durante siete días; y después de estos dos años. Hemos vuelto al “One love”. A rugir.

Rototom Sunsplash 2022

Reportaje fotográfico completo de Carme Ripollès en este enlace.