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Blanca Portillo reluce entre los laberintos temporales de 'Mrs. Dalloway' en el Principal

Blanca Portillo, en primer plano, en el papel de una 'Mrs. Dalloway' que necesita sentirse viva. Foto: Carlos Pascual (slowphotos).

La primera frase que se escucha en Mrs. Dalloway informa a los presentes de que ella se encargará de ir a comprar flores para la fiesta que prepara para esa noche. Una hora después, reconoce ante el público del Teatre Principal de Castelló (reconvertido en los invitados a esa celebración) que no ha tenido tiempo para hacerlo. No resulta extraña la confesión de Clarissa, interpretada por Blanca Portillo, cuya presencia ha agotado las entradas del reducido aforo con días de antelación (360 presentes, según informa el Institut Valencià de Cultura). Durante esa hora y media real, que dentro de la obra se corresponde con gran parte de un único día, el pasado y el presente la han mantenido en constante actividad. Lo ha hecho a través de unos juegos espacio-temporales, algunos físicamente imposibles, consecuencia de sustituir pensamientos/recuerdos por monólogos y diálogos a dos a través de saltos temporales que pretenden informar al espectador, pero que pueden confundirle en determinados momentos Un juego habitual en la escritura de Virginia Woolf, ajena a la acción narrativa convencional. Aunque el global resulta fácil de entender.

Quien no haya acudido con alguna referencia previa -de la novela o de la autora inglesa- puede encontrarse ante un jeroglífico de situaciones pretéritas, presentes y paralelas sin elementos escénicos que le ayuden a ubicarse. Son las palabras y las interpretaciones las que conducen la trama dentro de esta visualmente atractiva adaptación realizada por Michael de Cock, Anna M. Ricart y la también directora Carme Portaceli. Una producción que expone varias claves de la vida de Clarissa, una dama socialmente bien ubicada en el Londres cuyas horas marca el Big Ben, aunque se considera "invisible" para los demás y ansía sentirse viva. Una exposición pública a través de evocaciones de los amores y las oportunidades que se quedaron atrás -principalmente la de unirse a Peter (Manolo Solo)- con constantes saltos al presente, para culminar en una fiesta que le ayude interiormente a ella y a quienes son/han sido importantes en su existencia.

Esta versión sorprende, entre otras novedades, por la inclusión de números musicales en vivo. Foto: Carlos Pascual (slowphotos).

Sorprende el traslado que Teatro Español realiza del tiempo de la acción, en la que también reemplaza algunos personajes respecto al original. La arranca del período posterior a la Primera Guerra Mundial en que la ubicó Virginia Wolf para traerla a la actualidad, como lo certifican el uso de instrumentos musicales eléctricos y teléfonos móviles con comunicación a través de wasaps. Tan al momento presente que incluso en un momento Mrs. Dalloway y Peter dudan sobre si saludarse dándose el codo o un abrazo, originando algunas risas en la platea.

Desde esta ubicación contemporánea al espectador, aparecen referencias al feminismo o al amor homosexual -hoy mucho más integrados socialmente que en los años veinte del pasado siglo, cuando provocaban mayor impacto-, o la represión de la mujer de sus anhelos reales dentro de un contexto en el que dominan las apariencias. Su amiga Sally (Inma Cuevas) sí se ha atrevido a romper esas barreras convencionales, pero Clarissa no ha tenido ese mismo valor, lo que le provoca un vacío personificado por el siempre ausente Mr. Dalloway.

De manera paralela a la preparación de la fiesta se desarrolla una acción de suicidio, secundaria e inicialmente separada de la trama principal, pero cuyo conocimiento afectará a Mrs. Dalloway, no por la mujer que ha decidido abandonar esta vida -Angélica (Gabriela Flores), a quien no conoce... y que sustituye al soldado del texto original-, sino por el hecho en sí. Una dramática solución adoptada por una escritora afectada por la locura -la propia Virginia Woolf- que en el interior de Clarissa se transforma en un aumento del anhelo de sentirse viva y de disfrutar de la fiesta que ya tiene preparada. Esta segunda trama puede ser la más confusa para el público, ya que los tres personajes que la protagonizan se mueven simultáneamente con el resto del elenco hasta el momento de la muerte, por lo que pueden transmitir la impresión de ser también una parte más de la vida pretérita de Mrs. Dalloway, aunque su único vínculo es la común presencia en ambas tramas del psiquiatra (Jordi Collet, también encargado de la música en vivo).

Clarissa necesita sentirse rodeada por quienes han representado algo importante en su vida. Foto: Carlos Pascual (slowphotos).

Dentro de los recursos escenográficos destaca el bello techo floral que a manera de una cortina aérea queda colgado sobre la tarima, con el añadido de una proyección en verde que representa un jardín en el primaveral día de la fiesta. Y la anécdota: el problema de Blanca Portillo para regresar al escenario tras sentarse en la escalinata que comunica con la platea, recibiendo la ayuda de su compañera Anna Moliner (su hija Elisabeth en la obra, enamorada de Doris, Zaira Montes, otro ejemplo de subversión social). Lo curioso es que lo hace con tanta naturalidad que parece una parte más del guion de Mrs. Dalloway. Y es que dentro del global, la actuación de Blanca Portillo es lo más sobresaliente, dejando claras sus tablas, más que demostradas en papeles premiados en largos como Volver o Siete mesas de billar francés, entre otras, dentro de una extensa carrera cinematográfica y teatral. La obra no levantó en el Principal de Castelló apasionadas reacciones, pero sí un largo aplauso.